Detrás de un niño que detesta leer es probable que haya una imposición a la lectura y que los libros no formen parte de su vida cotidiana.
Una niña lee con atención un libro. UNSPLASH |
“Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida”, escribe Irene Vallejo en El infinito en un junco. Caminamos tan agobiados y tan cansados sobre las horas del día que a menudo olvidamos las cosas pequeñas. Las que dan sentido a todo lo demás. Como leer. Leerles. Y acoger esos deliciosos momentos con nuestros hijos e hijas sin el tributo de la prisa. Con ganas. Ay, sí, es cierto, ¿quién llega con combustible a las nueve de la noche? ¿Cómo se acaba con ese cansancio tan entusiasta? He escuchado muchas veces a amigos y conocidos decir que sus hijos no leen, que no les gusta leer. Recuerdo a una vecina que imponía a su hijo tres páginas de lectura para poder jugar después. Me pregunto entonces cuántos libros se les han leído, cuántas historias se les han contado, a esos niños a los que se les pide la luna. Resistir a los combates cotidianos leyéndoles, leyendo, sin pedir nada a cambio, puede rozar lo revolucionario. ¿Qué es leer si no es placer?
Crear un hábito de lectura
“La lectura no puede ser nunca una obligación. La lectura debe ser divertida, un juego, en esa primera etapa de aprendizaje del ser humano”, dice Elena Jiménez, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada y presidenta de la Asociación Española de Comprensión Lectora. Lo mismo señala Jesús López Moya, profesor, escritor y fundador de la editorial Funreaders: “La base sobre la que se sientan las últimas investigaciones invitan a que la lectura se fomente desde la diversión, la motivación y, muy especialmente, mostrar la lectura como una vía de ocio más que complemente a otras (videojuegos, tablet, televisión, etc.)”. La lectura no es sustituta de otras vías de entretenimiento, sino que debe ser una más. Y hay que darle su espacio, para que forme parte del día a día. ¿Cuántos libros tenemos en casa? ¿Cuántas veces acudimos a la biblioteca o a una librería? ¿Les regalamos libros en momentos especiales? ¿Ven leer a sus adultos de referencia? ¿Les leemos? En definitiva: ¿forman parte los libros de la vida cotidiana de los niños y niñas?
Los hábitos que se aprenden a lo largo de la infancia se mantienen con mayor facilidad a lo largo del tiempo y el entorno familiar desempeña un papel fundamental en la construcción del hábito lector. Sin embargo, no siempre es fácil: falta información, tiempo y, muchas veces, tampoco hay una experiencia lectora propia. Al igual que no podemos pedirle a nuestros hijos que no coman sano si nosotros no lo hacemos, tampoco podremos pedirles que lean si nunca nos ven con un libro en la mano. En los colegios también contribuyen a menudo a que sea difícil instaurar el hábito lector: “Es contraproducente que una lectura en Primaria requiera de un examen, de unas actividades con nota, etc. En estas edades, aunque ya se puede comenzar a educar el paladar literario, el alumnado aún necesita jugar, disfrutar leyendo. Después en la juventud, con el hábito ya instaurado, ya habrá tiempo de esforzarse. Lo que no se puede es “castigar” a leer, obligar a leer, cuando existen otras opciones que requieren menos esfuerzo y generan más producción inmediata de endorfinas. Leer es llevar las neuronas al gimnasio: esforzarse intelectualmente es imprescindible para mejorar la salud de la mente, como esforzarse físicamente es fundamental para mejorar la salud física”, señala la experta.
Elena Jiménez publicó con la Junta de Andalucía un documento sobre la comprensión lectora en el que recogía un decálogo sobre cómo odiar leer. Cosas como pedirles que se pongan a leer en momentos clave para ellos (cuando acaban de llegar a casa cansados o cuando están viendo sus dibujos favoritos); no tener a la vista libros ni revistas; no leer delante de ellos; exigirles lecturas que consideramos esenciales por ser clásicos sin ofrecer lecturas actuales; o poner plazos para las lecturas, dificultan que pueda haber una motivación hacia la lectura. ¿Qué hacer entonces? “Proponer lecturas iniciales cortas y divertidas como cómics y tebeos (el humor y la imaginación al poder), dejarles poemas o notas divertidas, llevar libros encima (en la cocina, en el coche, en el baño, en la cama, en la playa...), dedicar un día a la semana (por lo menos uno al mes) a visitar en familia la sección de librería o la biblioteca, merendar e ir al cine o el teatro, leer en familia el mismo libro para tener el mismo tema de conversación, inventar historias para antes de dormir…”, responde Elena Jiménez. Añade Jesús López a todo lo anterior otros ejemplos para hacer llegar la lectura a los niños de forma motivadora: acudir con los niños a narraciones orales, mostrarnos como modelos leyendo mucho junto a ellos y crear historias con su ayuda. “El beneficio no va a ser solo el gusto por la lectura o mejorar la destreza de la comprensión lectora, sino que hará que el imaginario y mundo emocional del niño o la niña sea mucho más amplio”, sostiene. Este es, a su modo de ver, uno de los grandes beneficios de la lectura en la infancia.
Conseguir una sociedad lectora
España es el país de los “leo menos de lo que me gustaría” y los “no me da tiempo a leer con frecuencia”. Leer se presenta como un privilegio que se escurre de los dedos entre la hiperactividad y las responsabilidades. Vivimos estresados, en una carrera continua hacia delante, pero también, a veces, hacemos elecciones. ¿Cuántas horas del día ocupan la televisión, las series o el móvil? ¿Qué consumo hacemos de las redes sociales? ¿Cómo matamos el tiempo mientras esperamos en el médico o en la peluquería? ¿Qué llevamos en la mano cuando viajamos? Hace poco un amigo comentaba que leer un libro en el metro en lugar de ir mirando el móvil se había convertido en un acto de insurrección.
“Vivimos en una era de inmediatez, de estrés, de agendas, de no tener tiempo. Es necesario que la lectura esté en la calle y nos la tropecemos para que entre en nuestras vidas. Pero esto no ocurre”, lamenta Elena Jiménez y señala la importancia no solo de repensar si la falta de tiempo es siempre real, sino también de crear a nivel público y privado más actividades y eventos relacionados con los libros; tales como festivales de lectura similares a los de cine, más ferias del libro, incentivar el trabajo de los booktubers o la creación de programas de televisión que sean divertidos, amenos, que vayan más allá de entrevistas a autores. “Si queremos niños lectores, debemos empezar por mirar nuestros hábitos de lectura como sociedad y también qué estamos haciendo para promoverlos”.
Nada que parezca inalcanzable.
Fuente: El País (Por: DIANA OLIVER)
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