Esta medida afecta ejemplares que no se han solicitado en décadas y, aunque la entidad asegura que se han ofrecido a donaciones, casi ninguno encontró acogida.
La Biblioteca Nacional de Nueva Zelanda ha iniciado un plan controvertido: destruir 500.000 libros de su colección internacional para liberar espacio, según confirmó la misma institución este 12 de junio. Esta medida afecta ejemplares que no se han solicitado en décadas y, aunque la entidad asegura que se han ofrecido en donaciones, casi ninguno encontró acogida.
El anuncio no pasó desapercibido. Un influyente comerciante de libros usados declaró sentirse "enfermo" ante la medida, ya que asegura que cerca de dos tercios de esos libros aún tienen valor para investigadores o coleccionistas. Desde entonces, expertos locales y lectores han expresado su preocupación por el impacto cultural y patrimonial de esta acción.
¿Por qué quemar libros? Los motivos detrás de la decisión que tomaron en Nueva Zelanda
El misterio detrás de esta decisión tiene su origen en una combinación de espacio limitado, presupuesto ajustado y baja circulación.
La Biblioteca Nacional explica que lleva años intentando reubicar estos volúmenes y que menos del 1% fue prestado entre 2017 y 2020. También menciona que donaciones anteriores -como la entrega de 50.000 libros en 2020- no tuvieron buena acogida.
Frente a ello, optaron por contratar un servicio comercial para triturarlos y reciclar el papel. El director de contenido, Mark Crookston, defendió la práctica como parte de la gestión responsable de colecciones, comparándola con procedimientos normales en bibliotecas de todo el mundo.
Además, descartaron la venta o donación masiva debido a los altos costos administrativos -como retirar etiquetas y tramitar permisos- que superaban los beneficios.
Duelo entre conservación y economía: la comunidad alza la voz
La reacción de la comunidad literaria no se hizo esperar. Warwick Jordan, que dirige "Hard To Find Books", calificó la situación como "una desgracia" y dijo que muchos ejemplares serían "la única copia en el mundo". A través de redes, también se alzaron voces críticas que recordaron tragedias como la quema de la Biblioteca de Sarajevo y la de Berlín en 1933, situando este hecho en un contexto global de pérdida de conocimiento.
Incluso el historiador Paul Moon señaló públicamente que la institución debería revertir la decisión, sugiriendo que la medida podría considerarse "vandalismo cultural". Sin embargo, la Biblioteca Nacional respondió que su prioridad es fortalecer y expandir las colecciones locales y del Pacífico, trasladando los fondos internacionales hacia archivos más relevantes para los neozelandeses.
La noticia ha generado inevitablemente comparaciones con la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde un régimen autoritario ordena quemar libros para controlar el pensamiento.
Aunque el contexto neozelandés no tiene motivaciones ideológicas ni de censura, el acto físico de destruir libros en masa ha reactivado esa imagen distópica en la memoria colectiva, provocando inquietud en comunidades lectoras de todo el mundo.
¿Qué pasará con los 500.000 libros?
Entre las opciones que se consideraron-donación, venta, archivo digital-finalmente se eligió el reciclaje físico. Aunque había un compromiso previo con Internet Archive para digitalizar parte del fondo, eso se canceló debido a "problemas de derechos de autor". La Biblioteca insiste que la mayoría de estos libros no son esenciales para su misión de conservación nacional.
Actualmente, se permite solicitar la lista completa de títulos mediante la Ley de Información Pública, pero la Biblioteca dispone de hasta 15 días hábiles para responder. Si se publicara el listado, podrían surgir oportunidades para que instituciones o coleccionistas locales rescaten parte del material antes de su destrucción.
¿Cambia algo este choque para los ciudadanos de a pie?
Al final del día, este conflicto nos afecta a todos como custodios del patrimonio cultural. Aunque los libros en cuestión no son de interés general, representan una parte de la historia global y del saber compartido. Y mientras la digitalización avanza, la pérdida del soporte físico sigue siendo un golpe simbólico para el acceso al conocimiento .
Además, abre el debate sobre cómo deberían gestionarse los fondos públicos destinados a bibliotecas. ¿Invertir en almacenamiento seguro y digitalización o priorizar contenido local? La decisión de Nueva Zelanda es una llamada de atención: bajo la presión de presupuesto y espacio, hasta los libros pueden dejar de existir.
Fuente: El Cronista
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