Menos libros, más espacio: las universidades rediseñan las bibliotecas del siglo XXI

La recién remodelada biblioteca de UC Berkeley es moderna y elegante; en sus dos pisos superiores hay sofás de baja altura, una futurista estación de siesta (nap pod), espacios de reunión con paredes de cristal sobre las cuales puede escribirse y muebles coloridos que se pueden mover de lugar.

La “sala bienestar” de la biblioteca Moffitt cuenta con estaciones de siesta (nap pods) con una cubierta que girar hacia abajo para crear oscuridad y privacidad. (David Buttow)

La biblioteca incluso ha dejado atrás su prohibición de ingresar alimentos y bebidas en esos pisos. Todo ello se debe a que ya no contienen libros, los cuales podrían resultar dañados o manchados con comida.

La universidad más antigua de California retiró 135,000 libros de la Biblioteca Moffitt y envió la mayoría de ellos a otros lugares, para crear más espacio donde los alumnos pueden estudiar, descansar y colaborar en proyectos grupales, un elemento básico del trabajo universitario actual.

Las bibliotecas tienen 4,000 años de antigüedad, pero la revolución digital está cambiando dramáticamente su uso en los campus universitarios. De costa a costa, de UC Berkeley a Harvard, las bibliotecas están eliminando filas de estanterías de acero, colocando los libros en otros lugares del campus y descartando los duplicados para dar paso a nuevos espacios de estudio. Sus presupuestos se alejan de los materiales impresos y se destinan a los digitales.

Los cambios han encontrado resistencia. Pero se adaptan muy bien entre muchos estudiantes.

Ted Xiao, un alumno de postgrado en ingeniería eléctrica y ciencias de la computación, ama las modificaciones en Moffitt. Junto con cinco compañeros recientemente utilizaron una sala de reuniones para trabajar en una presentación de PowerPoint. Mientras intercambiaban ideas, comieron caramelos, que acompañaron con té con leche.

Moffitt solía ser un sitio tan “viejo y mohoso”, aseguró Xiao, que sólo lo había visitado una vez, para nunca más volver. Ahora viene a menudo, reconoció, y no extraña los libros. Todo lo que necesita está en línea. “Realmente nunca he necesitado utilizar un libro físico”, aseveró. “Nunca he sacado un libro de la biblioteca. Honestamente, no puedo ni siquiera decir cómo se hace”.

En UC Santa Cruz, sin embargo, la eliminación, el verano pasado, de 80,000 libros de la Biblioteca de Ciencia e Ingeniería provocó protestas entre los profesores. Este invierno, más de 60 docentes de las facultades de ciencias y matemáticas firmaron una carta dirigida a la bibliotecaria de la universidad, M. Elizabeth Cowell, quejándose de que no habían sido consultados adecuadamente sobre qué volúmenes podían ser descartados y cuales debían salvarse.

Cowell escribió como respuesta que ella se había entrevistado con los decanos y administradores, y publicó las actualizaciones en la página principal de la biblioteca, pero no había recibido ninguna “preocupación significativa”. También explicó que todos los libros que fueron trasladados o destruidos, cerca del 60% de la colección de la biblioteca, se utilizaban con poca frecuencia y podían ser consultados en línea o a través de los préstamos interbibliotecarios de la UC. “Nada ha salido del expediente académico”, advirtió Scott Hernández-Jason, portavoz del campus.

El pasado otoño, UC Santa Cruz aumentó su matrícula en 730 estudiantes. Al retirar todos los libros del tercer piso de la biblioteca ganó espacio para un salón de clases y “áreas de estudio que se necesitan desesperadamente”, prosiguió Hernández-Jason.

Sin embargo, el Senado Académico en noviembre pasado aprobó una resolución donde “condena la dramática reducción de la colección impresa” y “deplora la destrucción de los libros”. Richard Montgomery, profesor de matemáticas de UC Santa Cruz, dijo que el acceso en línea o los préstamos interbibliotecarios son útiles para aquellos que saben exactamente lo que necesitan. Lo que se ha perdido es la capacidad de buscar ideas.

“Entras en un espacio que solía ser una biblioteca y está vacío”, dijo el docente. “Es horrible. Es como la muerte”.

Los profesores de la Universidad de Harvard lograron anular un plan para eliminar alrededor del 90% de los libros y el material de impresión de la biblioteca Cabot, de ciencias. Curtis T. McMullen, profesor de matemáticas, luchó duramente para proteger muchos de los libros de matemáticas, los cuales le ayudaron a resolver problemas de investigación. Tienen una larga vida útil, dijo: “Pensemos en la geometría euclidiana, que tiene más de 2,000 años de antigüedad”.

Gracias a estos argumentos, los administradores acordaron mantener 50,000 volúmenes a su alcance en el sótano de la biblioteca. No obstante, McMullen acepta que los libros impresos están cayendo en desuso. “Es la ola del futuro”, afirmó acerca del aprendizaje digital. “La idea de realizar investigación en una biblioteca se está convirtiendo en arcaica, versus buscar información en Internet. Tal vez no accedan a la mejor información con lo que aparece en Google, pero las personas están acostumbradas a encontrar cosas online”.

La UCLA fue líder en el rediseño de las bibliotecas y reconfiguró un piso en la Biblioteca de Investigación Charles E. Young, en 2011, donde creó espacio para asientos, salas de estudio en grupo y estaciones de colaboración equipadas con monitores LCD para presentaciones. Unos 18,000 volúmenes, la mitad de la colección de consulta impresa, fueron trasladados a otros lugares, pero más de 2 millones de libros permanecen en otras plantas.

En la Haas School of Business de UC Berkeley, los estudiantes encabezaron una exitosa lucha para deshacerse de los libros, y ganaron terreno mediante la invocación de uno de los mantras de la escuela: ‘cuestionar el statu quo’.

Hilary Schiraldi, la bibliotecaria de la escuela de negocios, afirmó que los estudiantes le preguntaban: “A la luz de desafiar el statu quo, ¿por qué esta biblioteca está llena de libros polvorientos que nadie mira y no puedo conseguir un espacio para estudiar?”.

Tenían razón, dijo Schiraldi. Después de todo, ella ahora gasta 95% del presupuesto de la biblioteca en materiales en línea. Mientras tanto, los archivos impresos de precios de cotizaciones bursátiles, informes anuales y los directorios de funcionarios corporativos han quedado obsoletos.

Suren Dias, estudiante de último año de antropología que trabaja en la biblioteca de negocios, explicó que muchos estudiantes también consideran que los e-books son más respetuosos con el medio ambiente. “Las colecciones perdieron su propósito”, agregó Schiraldi. “Era tiempo de cambiar a una biblioteca digital”.

En 2014 la escuela decidió trasladar 70,000 libros, casi toda su colección impresa, a instalaciones de almacenamiento. Los estudiantes ahora cuentan con 12,000 pies cuadrados más para “mesas de colaboración”, sillones cómodos, pizarras móviles e incluso dos bicicletas de ejercicio.

El bibliotecario de UC Berkeley Jeffrey MacKie-Mason explicó que el campus todavía tiene una de las mayores colecciones de libros en el país, 12 millones de volúmenes contenidos en dos docenas de bibliotecas. Los materiales impresos incluyen folios originales de Shakespeare, copias de las traducciones de la Biblia de John Wycliffe, del siglo XIV, y la colección más grande de Norteamérica de fragmentos de antiguo papiro egipcio.

De hecho, la continua importancia de los materiales impresos en la era digital fue el mayor aporte del plan estratégico de cinco años de la Biblioteca de Berkeley, dijo. “La mayor parte de la información del mundo todavía está impresa”, manifestó, señalando que los recursos en línea están ampliamente disponibles solo en inglés y en algunos otros idiomas. Berkeley, la principal universidad de investigación pública del mundo, recopila material en 200 lenguas. “Por lo tanto, avanzar hacia el futuro es complicado”, advirtió MacKie-Mason. “Tenemos que hacerlo y lo haremos con mucho ímpetu, pero no podemos destruir aquellos materiales de los que aún dependemos”.

Hace pocos días, en la Biblioteca Moffitt, donde la renovación de $15 millones de dólares fue presentada el otoño pasado, Bijal Patel, una ayudante de enseñanza para una clase de cuidado de la salud, habló con siete alumnos sobre pasantías médicas mientras comían pasta casera, limonada y M&Ms. Lo que más le gusta del lugar es la nueva política de comidas (“no hay que ocultar el café en la mochila”) y las pizarras y paredes de cristal rotulable, que le permiten resolver problemas con sus compañeros de clase. “Utilizar papel es un desperdicio”, dijo. “Aquí puedes dibujarlo sobre la pizarra, razonar con tus compañeros y sacar una conclusión en 20 minutos”.

El plan de renovación, que se prolongó por 10 años, inicialmente tenía previsto remodelar la totalidad de los cinco pisos, pero la recesión de 2008 obligó a Berkeley a reducirlo a dos como un “proyecto demostrativo de lo que los estudiantes de hoy en día necesitan”, remarcó Elizabeth Dupuis, la bibliotecaria asociada de la universidad.

La biblioteca de hormigón de cinco pisos fue construida con estilo arquitectónico brutalista, popular en la década de 1960, pero llegó a ser considerada como “hostil” por los estudiantes, según Aaron Howe-Cornelison de Gensler Architecture, la empresa que diseñó el proyecto. La compañía remodeló las plantas superiores en un espacio relajado y abierto, similar a un almacén, con ventanas grandes, paredes transparentes y techos más altos, con ductos de ventilación expuestos.

El cuarto piso, llamado “Buzz”, es el espacio colaborativo, donde los estudiantes son libres para dialogar, compartir ideas y practicar presentaciones. Pueden disponer allí de proyectores, iPads, laptops, cargadores y marcadores de borrado en seco.

El quinto piso, “Hush”, es un espacio más tranquilo, con mesas amplias y cubículos individuales de estudio con sus propias luces y enchufes de luz. Las composiciones artísticas tridimensionales están diseñadas para absorber el sonido. Una “sala bienestar” cuenta con sillas reclinables y una estación para siesta con una cubierta que, al girarse hacia abajo, crea oscuridad y privacidad.

Moffitt está abierta las 24 horas de lunes a viernes y durante los exámenes finales y de mediados de semestre, y hasta las 10 p.m. los fines de semana. También cuenta con casilleros para el creciente número de estudiantes que viven demasiado lejos para correr a casa entre clases, explicó Dupuis. “El resultado”, aseguró, “es que los estudiantes se sienten cómodos y pueden trabajar durante muchas horas”.

Sin embargo, fiel al estilo Berkeley, algunos estudiantes han criticado el rediseño. Daniel Menegaz, estudiante de primer año, consideró que Moffitt es “la biblioteca más ridiculizada del campus”, y aunque reconoce que le gusta el “aspecto fresco y limpio”, le resulta casi imposible encontrar un asiento libre. En cuanto a los espacios abiertos y las salas de reunión, piensa que son un desperdicio de espacio, y algunas mesas son demasiado bajas para utilizar en ellas un ordenador portátil cómodamente.

La ausencia de libros no le molesta a Menegaz; él los compra para marcarlos o lee en línea. “Para mí, las bibliotecas sólo han sido espacios de estudio”, concluyó.

Traducción: Diana Cervantes

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Comentarios

  1. No diría que se han acabado los libros. Se han transformado los soportes en que se registra el conocimiento.
    Se ha transformado nuestra manera de describir, organizar y exponer el conocimiento.
    NO SE HA TRANSFORMADO LA NECESIDAD DE CONOCER y por ello la suscripción a contenidos digitales, para convertir el conocimiento en mercancía, de alcance para unos pocos, no se puede olvidar. La transformación de los espacios de almacenamiento de los libros en
    salones cómodos para comer y charlar, no debe dejar de lado que han transformado los espacios para albergar las ideas y ahora se acepta, al parecer en este texto, sin contemplar que los costos de acceso se han quintuplicado.

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