Celso, el hombre que se hizo enterrar en su propia biblioteca

Las excavaciones realizadas a comienzos del siglo XX en el centro de Éfeso revelaron los restos de una de las bibliotecas más monumentales del mundo romano. Bajo el ábside ocultaba el sarcófago de su promotor.


Las ruinas de la biblioteca de Celso en Efeso, Turquía (Terceros)

En el centro monumental de Éfeso, una ciudad milenaria en el extremo occidental de Turquía, se encuentra uno de los edificios más emblemáticos y singulares de la cultura grecorromana, conocido como la biblioteca de Celso. 

El monumento está localizado al sureste de la antigua zona comercial, en una plaza de la que partía la calle Curetes hacia el ala suroriental de la urbe. Su casi perfecto estado de conservación no es sino el resultado de miles de años de abandono, excavación y reconstrucción. Tras ellos se encuentra el último deseo de uno de los habitantes más insignes de Éfeso a principios del siglo II d. C.

Inscripción conmemorativa en la biblioteca de Celso (Polutropon_95 / CC BY 3.0)


Según versa en la inscripción principal, el monumento fue donado por Tiberio Julio Celso Polemaeno. Celso fue un miembro del Senado romano con una rica carrera militar a sus espaldas. Entre los distintos puestos que ocupó, destaca su nombramiento por Domiciano como cónsul sufecto –elegido en sustitución del cónsul ordinario– en Roma en 92, y, tras ello, su rol como encargado de proyectos de construcción imperiales.

Su carrera política cristalizó cuando fue nombrado procónsul de Éfeso entre 105 y 107, cargo tras el que permaneció en la misma ciudad hasta su muerte, en torno a 114. Quizá fue él mismo quien inició los trámites para la construcción de la biblioteca, o tal vez se limitó a idear la construcción del edificio. Lo cierto es que su deseo fue materializado por su hijo Tiberio Julio Áquila, que tomó las riendas del proyecto una vez fallecido Celso.

Estatua de mármol de Celso, hoy en el Museo Arqueológico de Estambul. (Giovanni Dall’Orto)


La construcción concluyó en 117, solo tres años más tarde. Áquila debió de morir muy poco tiempo después, por lo que fue un familiar suyo, Tiberio Claudio Aristión, quien llevaría a cabo la dedicación e inauguración del edificio, tal como reza la inscripción conmemorativa del mismo.


Un rompecabezas histórico

La biblioteca fue descubierta en 1903, durante los trabajos de un proyecto austriaco dirigido por el arqueólogo Rudolf Heberdey. Tan solo un año después, al final de la campaña de 1904, el edificio fue completamente excavado bajo la supervisión de Josef Keil.

Desde el inicio, sorprendió el grado de conservación de su decoración arquitectónica. En torno al 80% del material que había embellecido su fachada –alrededor de setecientos cincuenta fragmentos– se encontró esparcido a los pies del monumento. Los restos hallados se depositaron en la vecina ágora o se trasladaron al museo de Izmir. En 1908, el arquitecto Wilhelm Wilberg realizó una reconstrucción hipotética de cómo pudo ser su fachada.

Entre 1968 y 1969, el arqueólogo alemán Volker Michael Strocka y el arquitecto austriaco Friedmund Hueber tomaron la iniciativa de reconstruirla. Tras conseguir el apoyo de las empresas Hochtief y Kallinger Bau, así como el visto bueno del Directorio de Antigüedades de Turquía, entre 1970 y 1978 configuraron el que pudo ser el aspecto original del edificio en el siglo II d. C.


Arquitectura de efectos ópticos

La monumental fachada del edificio contrasta con la superficie de su única aula principal y de la modesta explanada de la plaza que daba acceso a la biblioteca. Para conseguir tan majestuosa escenografía, el arquitecto jugó con algunos volúmenes arquitectónicos, consiguiendo, de este modo, que el espectador tenga la impresión de que se encuentra ante un edificio más grande de lo que realmente es.

En este caso, se logró a través de dos elementos clave: en primer lugar, la propia fachada, que presenta una ligera forma convexa; en segundo lugar, las columnas, los capiteles y los entablamentos laterales, que son un poco más pequeños que los centrales. De este modo se consiguió dotar a la fachada de una mayor monumentalidad, profundidad y volumen, destacando visualmente su eje de acceso central.


Un empresario austriaco, Anton Kallinger-Prskawetz, financió los costes del titánico proyecto. El proceso se consiguió a través de la anastilosis, que consiste en trasladar los fragmentos hallados a la que pudo ser su posición original. En el caso de algunos fragmentos escultóricos y arquitectónicos, depositados en varios museos europeos, sus copias sirvieron de piezas clave durante este proceso. Para garantizar su conservación, la fachada se dotó de un sistema estructural metálico interno antiseísmos.

Los escasos restos del templo de Artemisa en Éfeso, Turquía (Terceros)


Entre 1978 y 1985, Werner Jobst realizó excavaciones en la plaza desde la que se accedía al edificio. Este arqueólogo austriaco identificó once fases constructivas, entre los siglos VI a. C. y VIII d. C. Se evidenció así que, desde antiguo, esta plaza fue un lugar importante por el que pasó la vía procesional al templo de Artemisa de Éfeso. En torno a ella se erigieron tumbas durante el siglo III a. C., así como un posible auditorio, lo que ha llevado a los investigadores a considerar esta parte de la ciudad como un lugar vinculado a la cultura durante siglos.


Biblioteca y mausoleo

Al edificio se accedía por una escalinata monumental de veintiún metros de ancho, flanqueada por dos estatuas ecuestres de Celso, bajo las que dos inscripciones, una en griego y otra en latín, mencionaban su exitosa carrera. 

Interior de la biblioteca de Celso en Éfeso. Bajo el ábside se hallaba el sarcófago del procónsul (Marcus Cyron / CC BY-SA 3.0)


La fachada estaba organizada en dos pisos. Cada uno contenía ocho columnas con capiteles corintios, seis de las cuales, por pares, soportaban arquitrabes salientes sobre los que se apoyaban un frontón triangular central y dos semicirculares, uno a cada lado. En la planta superior se dispusieron tres ventanales, mientras que en la inferior se situaban los tres accesos a la biblioteca, sobre los que también había un ventanal.

El juego volumétrico creado por la arquitectura se completó con una rica decoración escultórica. En la planta inferior, cuatro nichos contenían alegorías escultóricas de las cualidades atribuidas a Celso: sabiduría (sophia), inteligencia (ennoia), conocimiento (episteme) y virtud (arete). En la planta superior, sobre pedestales, cuatro esculturas –tres de Celso y una de su hijo Áquila– conmemoraban el poder de una de las familias más célebres de Éfeso.

Plano de la biblioteca de Celso. (Enric Sorribas / Geotec)


Por su parte, el interior del edificio, compuesto por una sala de 14,50 x 9,50 metros, contrasta con la monumentalidad de su exterior. Esta única sala estaba separada de la fachada y del resto de edificios por una cámara de vacío, que garantizaba la salvaguarda de los manuscritos de su interior en caso de incendio.

La sala contenía un ábside, en línea con la entrada principal, y sus muros estaban rodeados por un pequeño podio. Sobre estos últimos muros, diez nichos flanqueados por columnas contendrían armarios o estantes donde se depositarían los manuscritos. Los restos de la existencia de un nivel superior sugieren que el acceso al mismo se habría realizado a través de escaleras móviles de madera.

Se estima que un total de treinta armarios o estantes pudieron haber albergado unas doce mil obras, aunque se desconoce el número exacto que la biblioteca acogió, o si llegó a llenarse. Bajo el ábside, en una cripta, un sarcófago de mármol con relieves de Victoria, Eros, rosetas y guirnaldas contenía en su interior un ataúd de plomo con los restos de Celso. Este es uno de los secretos más desconocidos del edificio, pues, por norma general, estaba prohibido ser enterrado dentro del recinto amurallado de una ciudad.

No obstante, pese a su imponente arquitectura y a un diseño apto para proteger los manuscritos de cualquier desastre, el centro solo mantuvo su funcionalidad durante algo más de un siglo.


Destrucción y ocaso

En 262, la biblioteca fue destruida, y desaparecieron los miles de obras que pudo contener. Se cree que la causa pudo ser uno de los terremotos que ese año afectaron a la zona, o un incendio provocado por la invasión de los godos. Tras ello, su aula principal fue utilizada como patio por un edificio doméstico aledaño.

La biblioteca de Celso, en Éfeso. (Gargarapalvin / CC BY-SA 4.0)


Tiempo después, a partir del siglo V, la fachada, aún en pie, fue restaurada y reconstruida. A partir de 500 fue convertida en un ninfeo, o fuente monumental. Los accesos a la biblioteca se tapiaron, y la fachada se pintó de blanco y se decoró con estatuas traídas de otros lugares.

Según una inscripción asociada a estos cambios, Estéfano fue el comitente. Dotado de un nuevo propósito, el lugar permaneció activo hasta que un terremoto destruyó la fachada en el siglo X, o tal vez en el XI. Desde entonces, sus restos permanecieron esparcidos y ocultos, como piezas de un rompecabezas, durante miles de años, hasta su descubrimiento a comienzos del siglo XX.


Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 648 de la revista Historia y Vida.


Fuente: La Vanguardia (Por: Rubén Montoya)



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