No se han hallado restos de ella y sigue sin cerrarse el debate sobre su desaparición. En este nuevo episodio se repasan los datos conocidos y desconocidos de la prodigiosa biblioteca.
Eruditos en la biblioteca de Alejandría. (iStock/Getty Images) |
Desde que existe la escritura, la humanidad ha buscado la forma de acumular libros, ya fuera por razones prácticas o simplemente por placer, hasta llegar, en la actualidad, a Internet, lo más parecido que tenemos a la biblioteca infinita que imaginara el escritor argentino Jorge Luis Borges.
La de Alejandría es la biblioteca del pasado que mejor simboliza el afán de la humanidad por reunir y preservar el saber universal. ¿Por qué hablamos más de ella que de otras tan importantes como las de Antioquía o de Pérgamo? No por su antigüedad (existen otros centros anteriores), sino porque fue la mayor del mundo antiguo, según los cronistas.
La biblioteca de Alejandría llegó a atesorar más de 400.000 volúmenes (según algunas fuentes, 700.000). No hablamos de libros encuadernados, que aún no existían, sino de rollos de papiro. Cada rollo equivalía a unas 64 páginas de texto actuales, lo que nos permitiría hablar de unos 80.000 libros modernos. Hoy en día no supone una cantidad extraordinaria, pero para la época era algo inaudito.
Se trató de una iniciativa cultural que formaba parte de un proyecto muy ambicioso, promovido por el monarca Ptolomeo I, un antiguo general de Alejandro Magno que se convirtió en soberano de Egipto. Como rey extranjero, Ptolomeo necesitaba apuntalar bien su poder. Una de las maneras que encontró fue convertir Alejandría en la capital mediterránea del conocimiento.
A petición del monarca, se fundó cerca del palacio real un gran templo dedicado a las nueve musas, el Museion. Este lugar se concibió como un centro de investigación y de intercambio de conocimientos, más parecido a nuestra idea de una universidad que a la de un museo actual.
En este complejo se alojaban una comunidad de eruditos reclutados entre los más ilustres del mundo griego. Había genios como Euclides, el padre de la geometría, o Eratóstenes, que fue capaz de calcular la circunferencia del planeta Tierra.
Biblioteca de Alejandría. (Corbis via Getty Images) |
Libres de preocupaciones económicas, las mentes más brillantes de su tiempo pudieron dedicarse a pensar, investigar y escribir. Se redactaban estudios matemáticos, manuales de medicina, tratados de astronomía…
Todo se fue guardando en papiro. Ese fue el germen de la gran biblioteca de Alejandría. Una biblioteca completamente distinta a las de hoy en día: no tenía una sala de lectura y ni siquiera era necesario guardar silencio. Los estudiosos griegos leían en voz alta.
En Alejandría, estos grandes proyectos se dotaron de presupuesto. Los estudiosos iban locos por conseguir libros y los monarcas no reparaban en gastos. Entre unas cosas y otras, las colecciones de la biblioteca del Museion crecieron tanto que, al final, hubo que ampliarla abriendo una segunda, la del Serapeo. A diferencia de la primera, estaba abierta al público. Fue una de las primeras bibliotecas públicas de la historia.
No obstante, la leyenda de la gran biblioteca de Alejandría no se alimenta solo de las historias sobre su tamaño. Paradójicamente, lo que la convirtió en un mito fue su misteriosa desaparición. ¿La quemó Julio César? ¿La destruyeron los cristianos en su lucha contra los paganos? ¿Tal vez los árabes, en el siglo VII, acabaron con aquel inmenso patrimonio? ¿Desapareció sin más tras una larga decadencia? En este podcast se aborda qué hay de cierto en estas hipótesis.
La actual biblioteca de Alejandría, Egipto. (Emily_M_Wilson/Terceros) |
El sentimiento de pérdida por todas las obras que no llegaremos a conocer es lo que ha convertido a la antigua biblioteca de Alejandría en un mito imperecedero. En la actualidad, un moderno edificio de once pisos, la biblioteca Alexandrina, intenta resucitar su espíritu.
Para profundizar en el tema, Isabel Margarit, directora de Historia y Vida, y la periodista Ana Echeverría Arístegui nos recomiendan algunos títulos, entre ellos Las bibliotecas del mundo antiguo (Bellaterra), de Lionel Casson, que fue profesor de estudios clásicos en la Universidad de Nueva York. O El infinito en un junco (Siruela), de Irene Vallejo, en el que la autora hace un recorrido por los treinta siglos de historia de los libros.
Fuente: La Vanguardia
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