En este artículo, el bibliotecario Guillermo Elías habla de la desnaturalización de la resistencia al cambio como una singular propuesta para enfrentarnos a la realidad disruptiva: una tensión entre la comodidad y el progreso.
Por: Guillermo C. Elías*
“Lo único constante es el cambio”
La resistencia al cambio es un fenómeno razonable en la experiencia humana. El hombre, por naturaleza, se opone a los cambios o avances tecnológicos. A menudo, nos aferramos a lo familiar, a lo conocido, temiendo la incertidumbre que acompaña a cualquier transformación. Éste hace peligrar su conocimiento y confortable equilibrio. Ve una amenaza en aquello que destruye la comodidad y templanza que le brindan los hechos repetitivos. Sin embargo, esta resistencia puede frenar nuestro crecimiento y limitar nuestras oportunidades de desarrollo personal y social. Esencialmente en tiempos de vertiginosos cambios como el que experimenta nuestra contemporaneidad.
Como seres humanos, tenemos una tendencia natural a buscar estabilidad y seguridad en nuestras vidas. Nos sentimos cómodos con rutinas establecidas y estructuras familiares porque nos brindan un sentido de control y certeza. El cambio representa una amenaza para esa sensación de equilibrio que hemos construido, despertando miedos e inseguridades.
La resistencia al cambio también se basa en nuestra aversión inherente al riesgo. Tememos lo desconocido porque implica salir de nuestra zona de confort y enfrentarnos a situaciones nuevas o desafiantes. Esta reticencia está arraigada en nuestro instinto de supervivencia; preferimos mantenernos seguros dentro del terreno conocido antes que arriesgarnos a perder algo valioso.
Nuestra mente tiende hacia cierta rigidez cognitiva debido a nuestros hábitos mentales arraigados. Construimos patrones mentales repetitivos que se convierten en barreras para aceptar nuevas ideas o perspectivas diferentes. Incluso, cuando los beneficios del cambio son evidentes, podemos encontrar dificultades para adaptarnos debido a esta inercia mental.
La resistencia al cambio también puede estar vinculada a nuestra identidad personal. Nos hemos construido una imagen de nosotros mismos basada en nuestras experiencias pasadas y nuestras creencias arraigadas. El cambio nos obliga a replantearnos quiénes somos y cómo nos vemos en relación con el mundo, generando temores sobre la pérdida o alteración de nuestra identidad. Dice al respecto José Ingenieros: “Los hombres mediocres repiten: que es mejor malo conocido que bueno por conocer”.
Episodios ilustrativos de esta resistencia podemos hallarlos desde la antigüedad
Sócrates, sostiene la superioridad de la palabra hablada, frente a la escrita. Lo argumenta enunciando la posibilidad que esta aporta desde la repregunta y la capacidad del interlocutor a defender una idea. Su exposición alerta sobre las posibilidades que brinda el habla frente a las limitaciones de la escritura, que es como él lo expresa: un simple recordatorio. Elige el habla, porque efectivamente es, como él lo afirma, la forma más completa y eficiente de comunicación humana.
Muchos lectores, interpretan esta idea de Sócrates, escrita por Platón en su diálogo “Fedro” como un rechazo a la escritura. Pero, por el contrario, solo se ocupa de describir sus alcances y limitaciones, para concluir finalmente en sustentar su preferencia por la palabra viva, pero no comete la falacia de denostar a la escritura.
La idea, que reside en el cerebro humano, al traducirse en palabras de una lengua, se convierte en una primera sombra. Y que, a su vez, repensada para ser escrita, será finalmente la sombra de su sombra.
A mediados del siglo XV la imprenta de tipos móviles, de Johannes Gutenberg, fue un avance tecnológico capital en la historia de la humanidad, dando lugar al libro impreso que desplazó casi de inmediato al manuscrito. La novedad trajo consigo innumerables cambios en todos los aspectos del hombre, y por supuesto fue resistido, sobre todo al principio. Hubo quienes estaban dispuestos a no aceptar en sus bibliotecas, ni un solo libro impreso.
El producto de la imprenta, abaratado su costo, y accesible a un número cada vez mayor de lectores, fue el vehículo de duras opiniones críticas que tuvieron en su eje al hombre, el mundo, la política y la sociedad. A todo lo antes dicho se agrega el discurso reformista, con no menor ímpetu. Ante los cambios que generó la aparición del texto impreso, la iglesia y los monarcas se vieron amenazados, pero al no poder detener su proliferación, se sumaron a la nueva tecnología, ejerciendo sobre las imprentas un control de los contenidos a editar. La iglesia consideró la democratización de la lectura una notable amenaza. No deseaba la proliferación de nuevos lectores, y ejerció el monopolio de la interpretación de los textos sagrados a través de sus sacerdotes.
Actualmente, la resistencia al formato digital impulsada por la industria editorial se debe a una conducta de auto preservación, haciendo valer todo lo invertido en inmuebles y maquinarias de impresión en papel. Una vez amortizada la inversión y afianzada la demanda del nuevo formato migrarán paulatinamente hacia un negocio digital.
Una resistencia más individual al formato digital la promueven las generaciones que han sido educadas únicamente con el soporte papel, amparados en la nostalgia que destiñe toda aceptación de las virtudes de los nuevos formatos. Recuerdan las experiencias de la textura, y el agradable olor del papel.
El siglo XIX se presenta con un nuevo desafío: la posibilidad de capturar la luz mediante el procedimiento del daguerrotipo. De 1838, es la imagen del Boulevard du Temple, París, con la que debutó el novedoso sistema. De inmediato su presencia hizo estremecer a la comunidad de artistas pictóricos que desde mucho tiempo atrás venían perfeccionando sus técnicas, en el afán de lograr imágenes lo más cercanas posible a la realidad. ¡Ahora, esa realidad era capturada por una máquina! La reacción primera, de resistencia, fue de inmediato sustituida, tomando como aliada a la fotografía, para finalmente deconstruirse y generar una nueva mirada, una nueva forma de expresión, en definitiva, un nuevo arte. Así se sucedieron los movimientos: Realismo (1848), Impresionismo (1865-1885), Cubismo (1905-1920), Surrealismo (1917- 1950), Pop Art (1960), etc.
Entre mediados del siglo XIX y principios del XX, la aldea que era por entonces Buenos Aires, se vio transformada en una populosa metrópoli. Las generaciones presenciaron este radical cambio que implicó la inmigración, y por ende el servicio de cloacas y agua potable. También vieron la irrupción del teléfono, el automóvil, el avión, la fuerza motriz generada por electricidad, la iluminación eléctrica, el biógrafo, el fonógrafo. Fueron en algún punto resistidos por los distintos actores que interactuaban. Todos estos avances implicaron para ellos un retroceso, en detrimento de la vida apacible, tranquila, y sin sobresaltos propia de la “gran aldea”.
La gran diva de la Opera, Madame Adelina Patti, opinaba que no estaba de acuerdo en que el público pudiera escucharla en sus casas y cuando ellos decidieran, ante el requerimiento de grabar su voz. Ella prefería que la vieran y la escucharan en el teatro.
Una constante que se sostiene en el tiempo, desde la aparición del sonido grabado, es el animoso rechazo con que las generaciones mayores califican a las nuevas expresiones musicales: “esto no es música, música era la nuestra!!”
Con el advenimiento del cine mudo, se volcaron opiniones como la que transcribo:
-Por qué daña el cine la vista.
-Uno de los peores enemigos de la vista es el cine. Muchas veces, desgraciadamente, el cine, el gran malhechor, hace como los ladrones que al ir a robar suelen romper las ventanas por donde penetran. También el cine al ir a matar el corazón y el alma de las muchedumbres estropea, mata, los ojos que son las ventanas del alma.
-Las causas son de dos clases, sin contar las vibraciones perniciosas de los aparatos defectuosos que proyectan figuras que se mueven.
-A veces salen por entre las cintas unos puntos luminosos que hieren la vista y la echan a perder lastimosamente.
-…a causa de los mecánicos que muchas veces llevan prisa para acabar pronto, aparecen las figuras como de gente que tiene el baile de San Vito, según son de bruscos los gestos y las muecas que hacen.
-Con mayor razón asustará el día que tenga el hombre espíritu de conservación y publique el daño que hace al alma y al corazón este desventurado y abandonado cine.
En: Revista “El Amigo” órgano de los alumnos y ex alumnos de los Hermanos Maristas. Buenos Aires, 1919 Año III.
No menos detractores hubo, cuando el cine silente se hizo sonoro. Pocos artistas sobrevivieron en sus empleos porque este nuevo medio necesitó grabar sus voces. Pocos, reunían las cualidades vocales que requería el nuevo medio: perfecta dicción y articulación, voces claras y agradables para el espectador.
En tiempos en que la radio reinaba en el hogar, hizo su entrada en escena la televisión, con efectos contrarios. Quienes portaban hermosas voces no tenían siempre una presencia televisable.
En su tiempo, la radio fue criticada por distraer en forma constante a los niños, y luego, la televisión llegó a ser denominada “chupete electrónico” o “caja boba”.
Una vez más la apuesta siguió subiendo. Esta vez fue la aparición del ordenador y el celular que promueve una interacción mucho más sostenida y que produce enfermedades por su dependencia.
Las generaciones posteriores a 1930, fueron partícipes de un cambio estructural en su relación con la tecnología que pasó abruptamente del lenguaje análogo al digital. En un corto plazo de tiempo la tecnología exigió dejar la vieja máquina de escribir “Remington” por una PC, y así abrirse a un nuevo paradigma que implicó no solo el acceso a un repositorio universal, sino también, la exposición a una constante y sostenida evolución tecnológica.
Para superar la resistencia al cambio, es fundamental reconocer su existencia y comprender sus causas subyacentes, reflexionando sobre nuestras propias actitudes hacia el cambio. Cuestionar las razones detrás de nuestra resistencia puede ayudar a abrirnos a nuevas posibilidades. El tomar conocimiento sobre los beneficios potenciales del cambio puede disipar los miedos infundados y fomentar una mentalidad más abierta. Practicar la apertura mental, desafiando nuestros patrones habituales de pensamiento, permitirá adaptarnos más fácilmente a nuevas situaciones. Contar con un entorno que respalde y motive el cambio puede ser crucial para superarlo exitosamente. Charles Darwin, autor de “El origen de las especies” y creador de la teoría de la evolución sostiene esta premisa: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.
Debemos vencer la natural inmovilización que produce un cambio, y por el contrario ponernos en movimiento para asimilarlo. Esto implica el re-aprendizaje como una habilidad que nos permita mirar lo nuevo con los ojos prístinos de un niño, es decir sin la carga y la nostalgia del pasado. Debemos tener en cuenta que, ante la resistencia al cambio, la tecnología prevalece, brindando nuevas soluciones a problemas viejos, liberando al hombre de arduas tareas y ahorrando un valioso tiempo. Debemos reconocer que el progreso y el crecimiento personal están estrechamente ligados a la capacidad de adaptación y apertura hacia lo nuevo. Superar nuestra resistencia al cambio nos permite abrirnos a nuevas oportunidades, expandir nuestras perspectivas y alcanzar nuestro potencial máximo como individuos y sociedades.
Bien dijo Albert Einstein: “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Comentarios
Publicar un comentario