Existen numerosos programas de promoción de la lectura, plagados todos ellos de buenas intenciones, como así también se escuchan demasiadas quejas de que “la gente no lee”. Por eso, no viene mal recordar el decálogo que elaboró el francés Daniel Pennac, incluido en su libro "Como una novela" (Comme un roman), de 1992.
- El derecho a no leer: Si se elabora una lista con los Derechos del lector, es bueno empezar con uno imprescindible: el lector puede no hacer uso de esa opción. Puede elegir no leer, ya sea, un libro determinado, un clásico, el último bestseller de moda, o preferir la película por sobre el libro. Leer es una necesidad, no una obligación y algunos pueden vivir muy bien sin esa necesidad.
- El derecho a saltarse páginas: hacer una lectura “a lo Rayuela”, romper con esa estructura fija que es el libro, hacer zapping, pasar las páginas o los capítulos aburridos, leer lo que al lector le interesa. Parece una blasfemia, pero acaso no se hace lo mismo con los libros de recetas, los libros de poesía, con los libros de fotografías.
- El derecho a no terminar el libro: Claro está que tanto el ítem anterior como éste, son aplicables a lecturas placenteras, si es un texto de estudio, la obligación es otra, pero el lector tiene todo el derecho a no terminar el libro, porque le aburrió, porque siente que ya lo leyó o porque, como decía Borges, ese libro todavía no era para él.
- El derecho a releer: Hay libros que ganan en una segunda lectura, hay libros que nos gustaron tanto que necesitamos volverlos a leer, volver a encontrarnos con las partes favoritas. El escritor argentino Ricardo Piglia recordaba que cada vez que releía América de Franz Kafka recordaba perfectamente el té que estaba tomando la primera vez que lo leyó en una pensión de La Plata en su época de estudiante. Ese poder tiene la (re)lectura.
- El derecho a leer cualquier cosa: Tal vez sea el mas importante de los derechos, no es algo menor. Hay libros que a una persona la aburren sobremanera y a otra (literalmente) le cambian la vida. Hay que dejar de lado ciertos prejuicios.
- El derecho al bovarismo: está claro que es por Ema Bovary, el celebre personaje de Flaubert. Tal vez sea el primer estado del lector, la satisfacción inmediata de ese placer, la compra compulsiva de libros (libros que tal vez nunca llegará a leer pero siguiendo a Gabriel Zaid, se convierten en planes de lectura). Nadie lee todo lo que compra, no pasa nada.
- El derecho a leer en cualquier lugar: Contrariamente con esa imagen idealizada del lector leyendo al lado de una chimenea, con un perro a sus pies y fumando en pipa, está claro que cualquier lugar es apto para leer: la cola del banco, la consulta del médico, en el transporte público, tal vez hacer lecturas mas fragmentadas, pero se puede.
- El derecho a hojear: Se puede tomar un libro, leer una parte, dejarlo, tomar otro. Y así. Es ir un poco contracorriente con lo que sería leer un libro de forma sistemática, pero acaso no leemos de esta forma el diario (periódico), no hacemos lo mismo con los sitios web que visitamos. Se puede leer o trabajar con “multiples pantallas” también con los libros.
- El derecho a leer en voz alta: Existen un género que va muy bien con la lectura en voz alta, la poesía. La lectura en voz alta esta asociada con la infancia, con los padres leyendonos antes de dormir, con la escuela y también con el estudio. Muchos escritores necesitaban leer en voz alta su propio trabajo para cerrar una idea o para ver la reacción de sus posibles futuros lectores: Flaubert, Maupassant, Victor Hugo, Dickens.
- El derecho a callarnos: Cada uno, recibe, absorbe, deglute, incorpora, disfruta, un libro de diferentes maneras. Un libro que a una persona le gustó mucho a otra le puede parecer la mayor de las bobadas. Un lector tiene todo el derecho a callarse, a no emitir comentario sobre lo que leyó, no es necesario andar por la vida siendo un crítico literario, no es necesaria sentir esa presión por haber leído y tener que decir algo inteligente al respecto.
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