El maestro bibliotecario es el encargado de la Formación de Lectores: deberá formar capacidades de búsqueda de información, de lectura de mapas, de documentos históricos, fotográficos, sonoros, fílmicos y promover el placer por la lectura literaria.
Por: Guillermo C. Elías (*)
Maestro Bibliotecario
Fue aquel hombre primigenio, en facultad de sus sentidos, el que vio la luz y ya leía, leyó el día de la noche, el sonido del agua cantarina del río, sintió la brisa en su rostro, el calor del fuego y distinguió en el árbol la fruta madura.
Aquellos hombres leían, pero lo que habían aprendido a lo largo de sus vidas se olvidaba con el devenir del tiempo. De hecho, la arqueología hoy les estudia apoyándose en sus restos, huesos, puntas de sílex, etc., y el arqueólogo, que también lee y con una gran imaginación, devuelve magnificada o empequeñecida la prehistoria.
Fue aquel anónimo hombre, el más grande inventor de todos los tiempos, aquel que imaginó una huella indeleble en piedra, en cerámica, en cuero, el que imaginó signos para representar palabras. Debo confesar aquí que no fue un solo hombre, sino que la escritura se gestó y perfeccionó durante un largo período, hasta alcanzar el alifato Fenicio.
Es la escritura, la máquina del tiempo, que nos permite, vivir otras vidas, pensar distinto, visitar lugares lejanos, trasponer tiempo y espacio. El mejor invento de todos los tiempos, el único que de alguna manera nos convirtió en pequeños dioses, y que a imagen del Dios de la Vida Eterna, logra para sí el encanto de una eternidad terrena que al menos durará lo que dure nuestro linaje.
En la modernidad se perfecciona con la imprenta de Gutemberg (s.XV), y se complejiza con el registro de imágenes (Fotografía) de Daguerre y Niepce (principios del siglo XIX), se complementa y perfecciona con el registro sonoro (Fonógrafo) de Edison (1877) y el registro de imágenes en movimiento (Biógrafo) de los hermanos Lumiére (fines del s. XIX). No es casualidad que todos los términos que les designan terminen con la palabra graphos (escribir), por lo tanto todo lo que se escribe es pasible de ser leído.
Coincido ampliamente con el autor J. Aguayo, quien considera y define al libro como cualquier porción, pequeña o grande del pensamiento humano, transmitida por escrito o por los símbolos de una especialidad, difundida por procedimientos mecánicos, fotomecánicos o audioparlantes, y comunicada al prójimo usando materiales de cualquier clase y adoptando cualquier forma o extensión.
No podemos dejar de enumerar al telégrafo de Morse y al teléfono de Graham Bell que permitieron la circulación no solo de comunicaciones privadas, sino de información instantánea para los periódicos a lo largo y ancho del mundo, mediante el tendido de cables submarinos. Es el siglo XIX el verdadero gestor de la llamada globalización.
El advenimiento de la radio de Guglielmo Marconi, la televisión de John Logie Baird, la computadora y el servicio de Internet, han puesto en movimiento nuevos y más aceitados engranajes de información y de lectura. Todos estos adelantos tecnológicos han venido a acrecentar las posibilidades de nuestros sentidos.
En esta coyuntura, las bibliotecas han cambiado. No se puede seguir sosteniendo el modelo de en una biblioteca del siglo XIX en la que solo hay libros en papel. La biblioteca de nuestro tiempo es un centro de información, formación y entretenimiento donde conviven los más diversos soportes: libros, mapas, fotografías, audio e imagen. Es imposible imaginar hoy la existencia de una biblioteca sin acceso a Internet que nos brinde la posibilidad de poseer todo esto y mucho más, en un formato virtual.
El maestro bibliotecario es el encargado de la Formación de Lectores: deberá formar capacidades de búsqueda de información, de lectura de mapas, de documentos históricos, fotográficos, sonoros, fílmicos y promover el placer por la lectura literaria.
Se suele decir con liviandad que los niños cada vez leen menos, pero la realidad es otra, nuestros niños están cada vez más expuestos a una cantidad inimaginable de información, solo bastaría conversar con un niño de 7 años del 1900 y luego con otro de nuestro tiempo y accederíamos rápidamente a un listado de lecturas y competencias imposibles en el 1900. (Cabría también la comparación para dos individuos adultos.)
Surge aquí una acertada pregunta, ¿es relevante esa información? De hecho, Ortega y Gasset en su Misión del Bibliotecario ya expone esta problemática y lo hace en 1935.
No podemos leer cualquier cosa, debemos ejercer un filtro, nuestra vida terrena tiene un tiempo, (Carpe Diem) y el mundo de las publicaciones excede infinitamente nuestro tiempo biológico, es necesaria una selección crítica.
Basta observar la magnitud de las publicaciones que aparecen diariamente en el kiosco de revistas y que van desde la literatura de Shakespeare, el pasquín amarillista y hasta las publicaciones lascivas, pero esto no es propio de estos soportes, sino que se repite en todos y hasta en Internet. Se critica a la red de no poseer en muchos casos autoridades reconocidas en cuanto a lo que allí se difunde, pero ocurre lo mismo en el soporte papel, hoy todo se publica.
Un lector juicioso no pierde el tiempo, sino que lo sabe invertir en lecturas que le son relevantes, placenteras y entretenidas.
Es necesario fundar una nueva mirada para educar a nuestros hijos, debemos padres, maestros y bibliotecarios formar lectores competentes y críticos, pero acaso debamos comenzar por nosotros mismos.
(*) Guillermo Elías
Es profesor en Enseñanza Primaria, Bibliotecario Nacional y Locutor Nacional de Radio y TV. Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario del Colegio Champagnat y de la Escuela Nº 1 DE 1º “Juan José Castelli” y es profesor de las Cátedras de “Psicología, Estética y Formación del Lector” e “Historia del Libro y de las Bibliotecas” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional y de “Psicología del Lector” en el IFTS Instituto de Formación Técnica (Bibliotecología) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Cita bibliográfica:
ELIAS, Guillermo C. "Una mirada a la lectura, desde el siglo XXI". Revista CONSUDEC. Consejo Superior de Educación Católica. Año: XLV, enero de 2009, núm. 1077.
Por: Guillermo C. Elías (*)
Maestro Bibliotecario
Fue aquel hombre primigenio, en facultad de sus sentidos, el que vio la luz y ya leía, leyó el día de la noche, el sonido del agua cantarina del río, sintió la brisa en su rostro, el calor del fuego y distinguió en el árbol la fruta madura.
Aquellos hombres leían, pero lo que habían aprendido a lo largo de sus vidas se olvidaba con el devenir del tiempo. De hecho, la arqueología hoy les estudia apoyándose en sus restos, huesos, puntas de sílex, etc., y el arqueólogo, que también lee y con una gran imaginación, devuelve magnificada o empequeñecida la prehistoria.
Fue aquel anónimo hombre, el más grande inventor de todos los tiempos, aquel que imaginó una huella indeleble en piedra, en cerámica, en cuero, el que imaginó signos para representar palabras. Debo confesar aquí que no fue un solo hombre, sino que la escritura se gestó y perfeccionó durante un largo período, hasta alcanzar el alifato Fenicio.
Es la escritura, la máquina del tiempo, que nos permite, vivir otras vidas, pensar distinto, visitar lugares lejanos, trasponer tiempo y espacio. El mejor invento de todos los tiempos, el único que de alguna manera nos convirtió en pequeños dioses, y que a imagen del Dios de la Vida Eterna, logra para sí el encanto de una eternidad terrena que al menos durará lo que dure nuestro linaje.
En la modernidad se perfecciona con la imprenta de Gutemberg (s.XV), y se complejiza con el registro de imágenes (Fotografía) de Daguerre y Niepce (principios del siglo XIX), se complementa y perfecciona con el registro sonoro (Fonógrafo) de Edison (1877) y el registro de imágenes en movimiento (Biógrafo) de los hermanos Lumiére (fines del s. XIX). No es casualidad que todos los términos que les designan terminen con la palabra graphos (escribir), por lo tanto todo lo que se escribe es pasible de ser leído.
Coincido ampliamente con el autor J. Aguayo, quien considera y define al libro como cualquier porción, pequeña o grande del pensamiento humano, transmitida por escrito o por los símbolos de una especialidad, difundida por procedimientos mecánicos, fotomecánicos o audioparlantes, y comunicada al prójimo usando materiales de cualquier clase y adoptando cualquier forma o extensión.
No podemos dejar de enumerar al telégrafo de Morse y al teléfono de Graham Bell que permitieron la circulación no solo de comunicaciones privadas, sino de información instantánea para los periódicos a lo largo y ancho del mundo, mediante el tendido de cables submarinos. Es el siglo XIX el verdadero gestor de la llamada globalización.
El advenimiento de la radio de Guglielmo Marconi, la televisión de John Logie Baird, la computadora y el servicio de Internet, han puesto en movimiento nuevos y más aceitados engranajes de información y de lectura. Todos estos adelantos tecnológicos han venido a acrecentar las posibilidades de nuestros sentidos.
En esta coyuntura, las bibliotecas han cambiado. No se puede seguir sosteniendo el modelo de en una biblioteca del siglo XIX en la que solo hay libros en papel. La biblioteca de nuestro tiempo es un centro de información, formación y entretenimiento donde conviven los más diversos soportes: libros, mapas, fotografías, audio e imagen. Es imposible imaginar hoy la existencia de una biblioteca sin acceso a Internet que nos brinde la posibilidad de poseer todo esto y mucho más, en un formato virtual.
El maestro bibliotecario es el encargado de la Formación de Lectores: deberá formar capacidades de búsqueda de información, de lectura de mapas, de documentos históricos, fotográficos, sonoros, fílmicos y promover el placer por la lectura literaria.
Se suele decir con liviandad que los niños cada vez leen menos, pero la realidad es otra, nuestros niños están cada vez más expuestos a una cantidad inimaginable de información, solo bastaría conversar con un niño de 7 años del 1900 y luego con otro de nuestro tiempo y accederíamos rápidamente a un listado de lecturas y competencias imposibles en el 1900. (Cabría también la comparación para dos individuos adultos.)
Surge aquí una acertada pregunta, ¿es relevante esa información? De hecho, Ortega y Gasset en su Misión del Bibliotecario ya expone esta problemática y lo hace en 1935.
No podemos leer cualquier cosa, debemos ejercer un filtro, nuestra vida terrena tiene un tiempo, (Carpe Diem) y el mundo de las publicaciones excede infinitamente nuestro tiempo biológico, es necesaria una selección crítica.
Basta observar la magnitud de las publicaciones que aparecen diariamente en el kiosco de revistas y que van desde la literatura de Shakespeare, el pasquín amarillista y hasta las publicaciones lascivas, pero esto no es propio de estos soportes, sino que se repite en todos y hasta en Internet. Se critica a la red de no poseer en muchos casos autoridades reconocidas en cuanto a lo que allí se difunde, pero ocurre lo mismo en el soporte papel, hoy todo se publica.
Un lector juicioso no pierde el tiempo, sino que lo sabe invertir en lecturas que le son relevantes, placenteras y entretenidas.
Es necesario fundar una nueva mirada para educar a nuestros hijos, debemos padres, maestros y bibliotecarios formar lectores competentes y críticos, pero acaso debamos comenzar por nosotros mismos.
(*) Guillermo Elías
Es profesor en Enseñanza Primaria, Bibliotecario Nacional y Locutor Nacional de Radio y TV. Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario del Colegio Champagnat y de la Escuela Nº 1 DE 1º “Juan José Castelli” y es profesor de las Cátedras de “Psicología, Estética y Formación del Lector” e “Historia del Libro y de las Bibliotecas” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional y de “Psicología del Lector” en el IFTS Instituto de Formación Técnica (Bibliotecología) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Cita bibliográfica:
ELIAS, Guillermo C. "Una mirada a la lectura, desde el siglo XXI". Revista CONSUDEC. Consejo Superior de Educación Católica. Año: XLV, enero de 2009, núm. 1077.
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