El libro es una variable y cada lector es otra, que recrea a su imagen y semejanza lo leído. Cada generación lee lo que le resulta interesante, reinterpreta, recrea, agrega nuevos conceptos o puntos de vista que heredará la próxima generación.
Por: Guillermo C. Elías (*)
Maestro Bibliotecario
(Al eminente Sociólogo y Director de la Biblioteca Nacional, Dr. Horacio González)
¿En qué momento el hombre puede entenderse como tal? Una bellísima definición de
“Homínido” propone que para considerársele en ese concepto, debe cumplir con dos premisas: ser bípedo y ser incapaz de permanecer aburrido.
Esa incapacidad, es el germen de la inventiva humana, el inicio del proceso mental que a través de milenios logró para sí los más ingeniosos inventos, como el de la escritura. Lo que hoy atesoran nuestras bibliotecas, no es más que el cúmulo de ese pensamiento, otrora vívido en la mente del autor, hoy generalmente encriptado y disecado en las páginas de un libro.
Cada volumen en apariencia estático, se consume en una larga y paciente espera. Hasta que un lector, atraído por su contenido, fija su “mirada atenta” en él, fluidificando con su lectura las ideas en él contenidas.
La escritura es sin duda el invento más importante de todos los tiempos, ella permitió al pensamiento vivir fuera del intelecto, para permanecer en un objeto un poco menos mutable que el cuerpo humano.
Digo esto por que contraria a nuestra fe de inmutabilidad del libro, o de cualquier otro soporte, éste tiene vida propia. Su materialidad está expuesta al paso del tiempo, a la animosidad con que lo traten los elementos de la atmósfera y los usuarios.
El libro envejece, y no solo materialmente, también lo hace su contenido, las palabras y el contexto histórico. Esto fundamenta la existencia de los diccionarios etimológicos. Y explica la cantidad de veces que debemos consultarlos, junto a otros libros que nos acerquen al contexto histórico de producción de la obra.
El autor al escribir, intentó dejar una marca, una huella en las futuras generaciones que atestigüen su paso por la vida. Firmó su obra, acto que devela el más profundo y mezquino sentimiento humano, el de perdurar. Digo mezquino porque ninguna idea es completamente propia y original. Pero muy a su pesar, solo “parte de su idea” permanecerá, pues en el acto de la lectura, desde otros tiempos y con otras miradas, será tan distinta como individuos se detengan a leer.
El libro es un “hombre que nos habla”, nos relata sus experiencias y sus ideas. Es por esto que conserva todas las vicisitudes y deficiencias de la comunicación humana, agravado por el hecho de que no posibilita la repregunta.
El libro es una variable y cada lector es otra, que recrea a su imagen y semejanza lo leído. Cada generación lee lo que le resulta interesante, reinterpreta, recrea, agrega nuevos conceptos o puntos de vista que heredará la próxima generación. Esta sucesión de lecturas ha creado una especie de pirámide invertida del conocimiento, con su base dilatada, pues en los últimos doscientos años la circulación de la información y su posterior recreación ha sido notoriamente mayor.
A mediados del siglo XIX, en el origen mismo de la Bibliopsicología, Nikolai Roubakine en su “Introducción a la Psychologie Bibliotecologique”, se plantea lo siguiente: ¿por qué el libro más gubernamental, despierta entre los lectores las ideas más antigubernamentales? Intentó estudiar las causas y propuso que: “la Bibliopsicología sabrá encontrar los medios de excitar en el alma ajena, por medio de palabras escogidas o creadas para obtener el máximo de utilidad, los estados psíquicos, que el autor ha deseado crear”.
La Real Academia Española fundada en 1713, con el objeto de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad elegancia y pureza” tuvo como lema “Limpia, Fija y da Esplendor”. Hoy lo ha dejado de lado, pues resulta anacrónico, ante la imposibilidad de contener la creación de nuevos significados y de nuevas palabras.
El tema que retoma la Bibliopsicología en el siglo XIX, ya ha sido objeto de preocupación y estudio en la Filosofía Griega, uno de los textos que aborda a la lingüística, es el “Critón”, diálogo entre Hermógenes y Sócrates escrito por Platón en el 360 A.C.
El planteo del problema, si se quiere es erróneo, pues la necesidad primera ante el drama del lenguaje consistía en transferir el conocimiento de manera intacta, unívoca a las nuevas generaciones. Lo que estiman como un “defecto”, el que las palabras o los textos no transmitan ideas inmutables, es en realidad todo lo contrario, es el más humano de todos los defectos, gracias a él se permite su re-creación, es decir la evolución del pensamiento.
De lo contrario la primera idea humana se hubiese estancado hasta nuestros días, transmitiéndose intacta sin posibilidad de cambios.
Lo que nos hace enteramente “individuos lectores” es poder concebir que cada hombre tiene una lectura única y distinta a la de los otros individuos, que “Todo está en constante cambio”. Y que hasta el mismo libro leído en dos oportunidades distintas de nuestras vidas, es otro libro.
Ni siquiera las palabras pueden ser fijadas arbitrariamente en su significado, porque el pueblo las reinventa en forma constante. He ahí el concepto de palabras obsoletas que se quitan del diccionario y los neologismos que se agregan constantemente.
Entonces podemos preguntarnos, Cuál es la tarea actual de la Bibliopsicología, ya que su objeto fundante, encontrar un lenguaje unívoco es imposible, y aún así si existiese tal posibilidad, su descubrimiento sería como una “Caja de Pandora”, que al ser abierta convertiría el pensamiento individual en un pensamiento esclavo.
Su objeto de estudio “Autor- Libro- Lector” seguirá siendo el mismo, pero con una mirada que por el contrario “promueva las infinitas lecturas”.
Los avances de la Humanidad han estado signados por dos variables, la disponibilidad del objeto libro y la cantidad de sujetos lectores. En pleno siglo XXI, la población mundial supera los 7.000 millones de almas, o sea 7.000 millones de “probables individuos lectores” (salvando el gran porcentaje de hombres que por causas económicas, políticas y sociales aún no tiene acceso). Esto incrementa ostensiblemente la capacidad de inventiva humana dentro de un acotado espacio temporal.
Debemos sumar el hecho de que en 1969 nace la Super Autopista de la información que es Internet. Una nueva especie de biblioteca virtual universal que pone al alcance de los lectores un sinnúmero de posibilidades, en forma instantánea. El fenómeno de la conectividad, permite al hombre perder menos tiempo en sus búsquedas.
Es sabido, que todo ser viviente tiene para sí, un determinado tiempo, que es el que le depara la vida. Es por ello que cada segundo es importante, las bibliotecas, como asimismo Internet, tienen por fin brindar la información en el menor tiempo posible.
Merced a esto, en las últimas dos décadas los lectores han duplicado o triplicado sus tiempos efectivos de lectura.
La evolución del pensamiento humano, su acrecentamiento y enriquecimiento ha estado acompañada por la figura del Bibliotecario, cuya función es la de preservar, recopilar y hacer democrática y accesible la información. Profesión tal vez ignorada, pero que sustentó, sustenta y pone orden en el “Gran Cerebro Humano que es la Biblioteca”.
Acaso la presencia del bibliotecario que ha ayudado a lo largo de la historia a la evolución del pensamiento (entiéndase que toda evolución implica a su vez una involución), esté ligada también al fin último de la especie, si éste se desprende del efecto del intelecto del hombre. Es también el profesional que convive cotidianamente con en el “humano drama de la lectura” impuesto y sustentado por las premisas de la “imperfección del lenguaje” y la “incapacidad de permanecer aburridos”.
(*) Guillermo Elías
Es profesor en Enseñanza Primaria, Bibliotecario Nacional y Locutor Nacional de Radio y TV. Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario del Colegio Champagnat y de la Escuela Nº 1 DE 1º “Juan José Castelli” y es profesor de las Cátedras de “Psicología, Estética y Formación del Lector” e “Historia del Libro y de las Bibliotecas” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional y de “Psicología del Lector” en el IFTS Instituto de Formación Técnica (Bibliotecología) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Cita bibliográfica:
ELIAS, Guillermo C. "El humano drama de la lectura". Revista CONSUDEC. Consejo Superior de Educación Católica. Año: XLVII, mayo de 2011, núm. 1099.
Por: Guillermo C. Elías (*)
Maestro Bibliotecario
(Al eminente Sociólogo y Director de la Biblioteca Nacional, Dr. Horacio González)
¿En qué momento el hombre puede entenderse como tal? Una bellísima definición de
“Homínido” propone que para considerársele en ese concepto, debe cumplir con dos premisas: ser bípedo y ser incapaz de permanecer aburrido.
Esa incapacidad, es el germen de la inventiva humana, el inicio del proceso mental que a través de milenios logró para sí los más ingeniosos inventos, como el de la escritura. Lo que hoy atesoran nuestras bibliotecas, no es más que el cúmulo de ese pensamiento, otrora vívido en la mente del autor, hoy generalmente encriptado y disecado en las páginas de un libro.
Cada volumen en apariencia estático, se consume en una larga y paciente espera. Hasta que un lector, atraído por su contenido, fija su “mirada atenta” en él, fluidificando con su lectura las ideas en él contenidas.
La escritura es sin duda el invento más importante de todos los tiempos, ella permitió al pensamiento vivir fuera del intelecto, para permanecer en un objeto un poco menos mutable que el cuerpo humano.
Digo esto por que contraria a nuestra fe de inmutabilidad del libro, o de cualquier otro soporte, éste tiene vida propia. Su materialidad está expuesta al paso del tiempo, a la animosidad con que lo traten los elementos de la atmósfera y los usuarios.
El libro envejece, y no solo materialmente, también lo hace su contenido, las palabras y el contexto histórico. Esto fundamenta la existencia de los diccionarios etimológicos. Y explica la cantidad de veces que debemos consultarlos, junto a otros libros que nos acerquen al contexto histórico de producción de la obra.
El autor al escribir, intentó dejar una marca, una huella en las futuras generaciones que atestigüen su paso por la vida. Firmó su obra, acto que devela el más profundo y mezquino sentimiento humano, el de perdurar. Digo mezquino porque ninguna idea es completamente propia y original. Pero muy a su pesar, solo “parte de su idea” permanecerá, pues en el acto de la lectura, desde otros tiempos y con otras miradas, será tan distinta como individuos se detengan a leer.
El libro es un “hombre que nos habla”, nos relata sus experiencias y sus ideas. Es por esto que conserva todas las vicisitudes y deficiencias de la comunicación humana, agravado por el hecho de que no posibilita la repregunta.
El libro es una variable y cada lector es otra, que recrea a su imagen y semejanza lo leído. Cada generación lee lo que le resulta interesante, reinterpreta, recrea, agrega nuevos conceptos o puntos de vista que heredará la próxima generación. Esta sucesión de lecturas ha creado una especie de pirámide invertida del conocimiento, con su base dilatada, pues en los últimos doscientos años la circulación de la información y su posterior recreación ha sido notoriamente mayor.
A mediados del siglo XIX, en el origen mismo de la Bibliopsicología, Nikolai Roubakine en su “Introducción a la Psychologie Bibliotecologique”, se plantea lo siguiente: ¿por qué el libro más gubernamental, despierta entre los lectores las ideas más antigubernamentales? Intentó estudiar las causas y propuso que: “la Bibliopsicología sabrá encontrar los medios de excitar en el alma ajena, por medio de palabras escogidas o creadas para obtener el máximo de utilidad, los estados psíquicos, que el autor ha deseado crear”.
La Real Academia Española fundada en 1713, con el objeto de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad elegancia y pureza” tuvo como lema “Limpia, Fija y da Esplendor”. Hoy lo ha dejado de lado, pues resulta anacrónico, ante la imposibilidad de contener la creación de nuevos significados y de nuevas palabras.
El tema que retoma la Bibliopsicología en el siglo XIX, ya ha sido objeto de preocupación y estudio en la Filosofía Griega, uno de los textos que aborda a la lingüística, es el “Critón”, diálogo entre Hermógenes y Sócrates escrito por Platón en el 360 A.C.
El planteo del problema, si se quiere es erróneo, pues la necesidad primera ante el drama del lenguaje consistía en transferir el conocimiento de manera intacta, unívoca a las nuevas generaciones. Lo que estiman como un “defecto”, el que las palabras o los textos no transmitan ideas inmutables, es en realidad todo lo contrario, es el más humano de todos los defectos, gracias a él se permite su re-creación, es decir la evolución del pensamiento.
De lo contrario la primera idea humana se hubiese estancado hasta nuestros días, transmitiéndose intacta sin posibilidad de cambios.
Lo que nos hace enteramente “individuos lectores” es poder concebir que cada hombre tiene una lectura única y distinta a la de los otros individuos, que “Todo está en constante cambio”. Y que hasta el mismo libro leído en dos oportunidades distintas de nuestras vidas, es otro libro.
Ni siquiera las palabras pueden ser fijadas arbitrariamente en su significado, porque el pueblo las reinventa en forma constante. He ahí el concepto de palabras obsoletas que se quitan del diccionario y los neologismos que se agregan constantemente.
Entonces podemos preguntarnos, Cuál es la tarea actual de la Bibliopsicología, ya que su objeto fundante, encontrar un lenguaje unívoco es imposible, y aún así si existiese tal posibilidad, su descubrimiento sería como una “Caja de Pandora”, que al ser abierta convertiría el pensamiento individual en un pensamiento esclavo.
Su objeto de estudio “Autor- Libro- Lector” seguirá siendo el mismo, pero con una mirada que por el contrario “promueva las infinitas lecturas”.
Los avances de la Humanidad han estado signados por dos variables, la disponibilidad del objeto libro y la cantidad de sujetos lectores. En pleno siglo XXI, la población mundial supera los 7.000 millones de almas, o sea 7.000 millones de “probables individuos lectores” (salvando el gran porcentaje de hombres que por causas económicas, políticas y sociales aún no tiene acceso). Esto incrementa ostensiblemente la capacidad de inventiva humana dentro de un acotado espacio temporal.
Debemos sumar el hecho de que en 1969 nace la Super Autopista de la información que es Internet. Una nueva especie de biblioteca virtual universal que pone al alcance de los lectores un sinnúmero de posibilidades, en forma instantánea. El fenómeno de la conectividad, permite al hombre perder menos tiempo en sus búsquedas.
Es sabido, que todo ser viviente tiene para sí, un determinado tiempo, que es el que le depara la vida. Es por ello que cada segundo es importante, las bibliotecas, como asimismo Internet, tienen por fin brindar la información en el menor tiempo posible.
Merced a esto, en las últimas dos décadas los lectores han duplicado o triplicado sus tiempos efectivos de lectura.
La evolución del pensamiento humano, su acrecentamiento y enriquecimiento ha estado acompañada por la figura del Bibliotecario, cuya función es la de preservar, recopilar y hacer democrática y accesible la información. Profesión tal vez ignorada, pero que sustentó, sustenta y pone orden en el “Gran Cerebro Humano que es la Biblioteca”.
Acaso la presencia del bibliotecario que ha ayudado a lo largo de la historia a la evolución del pensamiento (entiéndase que toda evolución implica a su vez una involución), esté ligada también al fin último de la especie, si éste se desprende del efecto del intelecto del hombre. Es también el profesional que convive cotidianamente con en el “humano drama de la lectura” impuesto y sustentado por las premisas de la “imperfección del lenguaje” y la “incapacidad de permanecer aburridos”.
(*) Guillermo Elías
Es profesor en Enseñanza Primaria, Bibliotecario Nacional y Locutor Nacional de Radio y TV. Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario del Colegio Champagnat y de la Escuela Nº 1 DE 1º “Juan José Castelli” y es profesor de las Cátedras de “Psicología, Estética y Formación del Lector” e “Historia del Libro y de las Bibliotecas” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional y de “Psicología del Lector” en el IFTS Instituto de Formación Técnica (Bibliotecología) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Cita bibliográfica:
ELIAS, Guillermo C. "El humano drama de la lectura". Revista CONSUDEC. Consejo Superior de Educación Católica. Año: XLVII, mayo de 2011, núm. 1099.
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