El 25 de enero de 2013, quince yihadistas entraron en la biblioteca del Instituto Ahmed Baba, en Tombuctú, tomaron más de 4.000 manuscritos -muchos de ellos de los siglos XIV y XV-, los sacaron al patio, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego.
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Abdel Kader Haidara
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El
25 de enero de 2013, quince yihadistas entraron en la biblioteca del
Instituto Ahmed Baba, en
Tombuctú (República de Malí), tomaron
más de 4.000 manuscritos -muchos de ellos de los siglos XIV y XV-, los sacaron al patio, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. En pocos minutos el trabajo de algunos de los más grandes eruditos y científicos de la ciudad, tratados sobre matemáticas, física, química, música, poesía o astronomía, conservados durante siglos a pesar de los ladrones, de las invasiones, las inundaciones o los insectos, fue consumido por las llamas. La noticia de esta tragedia conmocionó a
Abdel Kader Haidara, académico y fundador de la
biblioteca Amma Haidara, así que temiendo que volviera a repetirse decidió salvaguardar el resto del legado almacenado en
Tombuctú.
Gracias a la la
labor de Haidara,
Tombuctú contaba con
cerca de 45 bibliotecas, desde pequeños archivos privados hasta
colecciones de más 10.000 volúmenes, un total de
casi 400.000 manuscritos, algunos de ellos piezas de la literatura medieval únicas en el mundo, que ahora estaban en peligro a causa de
Al Qaeda. Aunque públicamente los yihadistas confirmaron que no iba a dañar los manuscritos,
Haidara no confiaba en esas promesas, ya que muchos de esos documentos, de carácter científico o artístico, desafiaban la visión islamista pura que los extremistas defendían con la
yihad.
Así las cosas,
Haidara puso en marcha un plan para proteger ese tesoro: era necesario sacar los
manuscritos de los grandes edificios y dispersarlos por toda la ciudad, por las casas de cualquier persona. Y había que hacerlo en secreto. Nadie, aparte de los bibliotecarios y colaboradores más directos podía saber lo que iba a ocurrir, ni siquiera sus familias.
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Ejemplo de uno de los manuscritos salvados
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Haidara empezó reclutando a su sobrino,
Mohammed Touré, que había trabajado con él desde los 12 años. Ambos constituyeron un equipo de la más absoluta confianza formado por bibliotecarios, archiveros, secretarias, guías turísticos y algún que otro familiar. Los voluntarios por todas las
tiendas de Tombuctú comprando con la mayor discreción posibles baúles de metal. Cuando se agotaron, tras conseguir entre 50 y 80 baúles, compraron también todos los baúles de madera. Una vez vacía
Tombuctú de baúles, fueron a comprar más a la
localidad de Mopti. Así, en secreto, acumularon unos 2.500 baúles y, también en secreto, los trasladaron a las
grandes bibliotecas de la ciudad para comenzar la evacuación.
Una tarde a finales de abril, tras el ocaso para no llamar la atención de la policía,
Haidara, Touré y varios voluntarios más se reunieron frente la biblioteca Amma Haidara para empezar a mover los manuscritos. Como los rebeldes habían cortado la electricidad en
Tombuctú los bibliotecarios se vieron obligados a orientarse en la oscuridad de la sala usando linternas, una medida de precaución además para no llamar la atención. Guiados por el vigilante nocturno, entre susurros, llegaron a la sala principal y comenzaron a vaciar cada estantería a tiendas, paralizándose de miedo cada vez que escuchaban un ruido sospechoso. Para aprovechar bien los baúles era necesario un mínimo de planificación, ya que el volumen de los
manuscritos puede ser muy variable, desde miniaturas hasta enciclopedias de gran tamaño. Debido a las condiciones en que se estaba llevando a cabo el traslado, no fue posible contar con los requisitos mínimos para proteger los documentos.
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Abdel Kader Haidara
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Cuando terminaron de llenar los baúles sellaron los cofres con candados, cerraron la puerta de la
biblioteca y corrieron hacia sus casas por los
callejones oscuros de Tombuctú, manteniendo un ojo avizor para no encontrarse con ninguna patrulla. A la noche siguiente regresaron a la
biblioteca, envolvieron las estanterías en mantas, las cargaron en carros y se las llevaron también.
Haidara estaba convencido de que los
manuscritos no estarían a salvo en
Tombuctú, así que tomó la determinación de trasladarlos a
Bamako, a casi mil kilómetros de distancia al sur de Mali. Un transporte de semejante envergadura, sin embargo, no iba a ser fácil ni barato. Sería necesario contratar a cientos de mensajeros, a conductores de camiones, a taxis y a todo tipo de vehículos de cuatro ruedas, la mayoría familia de los propios bibliotecarios para garantizar su lealtad; sería necesario dinero para sobornos, para gasolina, para posibles reparaciones de los vehículos.
Haidara partía con un presupuesto inicial de 12.000 dólares, de una subvención que tenía para estudiar inglés en la
Universidad de Oxford entre 2012 y 2013. Entonces el bibliotecario recurrió a la comunidad internacional y logró recaudar aproximadamente un millón de dólares para su causa, con aportaciones del
Centro Juma Al Maid de Dubai, la Fundación del Príncipe Claus de Holanda, la Lotería Nacional Holandesa o incluso una campaña de crowdfunding por Internet.
Pero la odisea no había terminado aquí ni mucho menos. A lo largo del camino
Haidara y los suyos tuvieron que hacer frente a todo tipo de controles, patrullas, milicias y grupos armados. En una ocasión un helicóptero francés casi abate uno de los barcos pensando que estaban haciendo contrabando de armas. La sorpresa fue mayúscula cuando las cajas fueron abiertas y dentro solo había papel. Una parte del transporte también fue interceptada por milicias de bandidos y fue necesario entregar un suculento rescate para liberarlos. En total, 30 viajes hasta que la mayor parte de los documentos estuvieron a salvo en
Bamako, desde donde
Haidara coordinó el transporte de cientos de vehículos por tierra y agua usando varios teléfonos.
Lo más sorprendente de toda esta compleja y rudimentaria operación de logística es que ni un solo cajón, ni siquiera un solo
manuscrito, se perdió por el camino.
Las únicas bajas fueron los 4.200 manuscritos que fueron reducidos a ceniza en la biblioteca del Instituto Ahmed Baba. Con su perseverancia y su valentía, el
bibliotecario Abdel Kader Haidara había conseguido
salvar casi 400.000 manuscritos.
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Abdel Kader Haidara organiza los manuscritos en la biblioteca de Amma Haidara. Fotografía de Alexandra Huddleston
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Abdel Kader Haidara revisa los manuscritos. Fotografía de Brent Stirton, Getty Images |
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Un grupo de conservadores reparan las páginas de los manuscritos con un papel fabricado especialmente para que coincida con los originales. Fotografía de Brent Stirton, Getty Images |
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Proceso de digitalización de los manuscritos. Fotografía de Brent Stirton, Getty Images |
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Abdel Kader Haidara y los baúles de metal para proteger los manuscritos. Fotografía de Brent Stirton, Getty Images |
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Los valiosos manuscritos antiguos. Fotografía de Brent Stirton, Getty Images |
Esta historia la relata
Joshua Hammer tanto en
National Geographic como en
Mental Floss.
Véase además:
Instituto Ahmed Baba
Fuente:
La Piedra de Sisifo
Muchas gracias por compartir esta hermosa e inefable historia, es increíble como algunos son capaces de hacer cosas tan heroicas y aun mas, sabiendo que el conocimiento no tiene precio alguno.
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