De la mano de Sudamericana, llegó en abril el primer libro infantil de Pedro Mairal. El autor de Una noche con Sabrina Love y La uruguaya hace su primera incursión en este género con El cepillo del Rey, la historia donde los protagonistas son una princesa y un cocodrilo.
Por Morena Fournier
¿Qué define a los libros infantiles? ¿La narrativa, los dibujos, las historias? ¿Existen libros para nenas, y libros para nenes? ¿Hay historias que, aunque sean cliché, siguen funcionando? ¿O creemos que funcionan?
Pedro Mairal publicó su primer libro infantil, dedicado a su hija Lucía. La historia de la construcción del libro resulta enternecedora: estuvo lejos, en Rennes, en una residencia para escritores. Como no tenía internet en la casa, iba a un bar a hablar con sus familiares por Skype. Cuando tocaba hablar con su hija, en ese entonces de tres años, ella le pedía que hiciera ruidos de animales y él le inventaba historias con una princesa y un cocodrilo de juguete, además de otras cosas de uso más cotidiano. Así fue como empezó el proceso creativo de El cepillo del Rey.
Esta historia está muy bien representada en los dibujos de Gaby Thiery, que utiliza una técnica 3D. Representa a los personajes y los lugares con elementos comunes (menos la princesa, que parece una muñequita clásica): el agua del pantano donde la princesa y el cocodrilo se hacen amigos son tornillos y tuercas oxidadas, las personas del pueblo son figuras de papel, el Rey y la Reina parecen frascos de perfume decorados… la lista, ocurrente e imaginativa, continúa.
Ahora bien, en sí misma, la historia no resulta innovadora o particularmente educativa. La princesa no sólo es igual a todas las princesas, sino que la historia la ubica en un lugar bastante anticuado: ocurrente e inteligente, “viva”, pero ocultando toda su viveza detrás de las figuras masculinas. El conflicto de la historia es arcaico hasta el absurdo: ayudar al cocodrilo para que tenga novia; llevar a cabo un plan para que el padre crea que el pretendiente que la princesa quiere es un chico valeroso aunque sea pobre, desarrollando un acting donde el chico se vuelve un héroe, sin saber que todo está armado entre la princesa y el cocodrilo para cumplir su cometido: casarse. Ni siquiera podría denominarse conflicto amoroso, no parece creíble que esos personajes se quieran; simplemente (y aunque parezca absurdo decirlo) tienen calentura.
Hay muchas cosas lindas para rescatar del libro: el juego que se permitió Mairal con las palabras vuelven la lectura más lúdica, lo cual resulta fundamental en estos libros. O la imagen final, donde se rompe la fantasía y uno descubre que, en realidad, es un padre contándole un cuento a su hija por Skype (un guiño autobiográfico y adorable). También esos momentos oscuros que aparecen, algo aterrador pero naturalizado (como que el cocodrilo se comiera a casi todos los pretendientes hasta que le dolió la panza), recuerda a grandes autores de la literatura infantil como Roald Dahl o Lewis Carrol.
Esto me hace pensar que al autor de La uruguaya no le faltan referentes ni ideas originales en este género (que aunque subestimado, es complejo) pero sí sería interesante verlo correrse de esa postura más similar a Disney en los años 30, y darle lugar a otros conflictos posibles en las historias infantiles donde la sumisión de la princesa no tenga nada que ver.
Por Morena Fournier
¿Qué define a los libros infantiles? ¿La narrativa, los dibujos, las historias? ¿Existen libros para nenas, y libros para nenes? ¿Hay historias que, aunque sean cliché, siguen funcionando? ¿O creemos que funcionan?
Pedro Mairal publicó su primer libro infantil, dedicado a su hija Lucía. La historia de la construcción del libro resulta enternecedora: estuvo lejos, en Rennes, en una residencia para escritores. Como no tenía internet en la casa, iba a un bar a hablar con sus familiares por Skype. Cuando tocaba hablar con su hija, en ese entonces de tres años, ella le pedía que hiciera ruidos de animales y él le inventaba historias con una princesa y un cocodrilo de juguete, además de otras cosas de uso más cotidiano. Así fue como empezó el proceso creativo de El cepillo del Rey.
Esta historia está muy bien representada en los dibujos de Gaby Thiery, que utiliza una técnica 3D. Representa a los personajes y los lugares con elementos comunes (menos la princesa, que parece una muñequita clásica): el agua del pantano donde la princesa y el cocodrilo se hacen amigos son tornillos y tuercas oxidadas, las personas del pueblo son figuras de papel, el Rey y la Reina parecen frascos de perfume decorados… la lista, ocurrente e imaginativa, continúa.
Ahora bien, en sí misma, la historia no resulta innovadora o particularmente educativa. La princesa no sólo es igual a todas las princesas, sino que la historia la ubica en un lugar bastante anticuado: ocurrente e inteligente, “viva”, pero ocultando toda su viveza detrás de las figuras masculinas. El conflicto de la historia es arcaico hasta el absurdo: ayudar al cocodrilo para que tenga novia; llevar a cabo un plan para que el padre crea que el pretendiente que la princesa quiere es un chico valeroso aunque sea pobre, desarrollando un acting donde el chico se vuelve un héroe, sin saber que todo está armado entre la princesa y el cocodrilo para cumplir su cometido: casarse. Ni siquiera podría denominarse conflicto amoroso, no parece creíble que esos personajes se quieran; simplemente (y aunque parezca absurdo decirlo) tienen calentura.
Hay muchas cosas lindas para rescatar del libro: el juego que se permitió Mairal con las palabras vuelven la lectura más lúdica, lo cual resulta fundamental en estos libros. O la imagen final, donde se rompe la fantasía y uno descubre que, en realidad, es un padre contándole un cuento a su hija por Skype (un guiño autobiográfico y adorable). También esos momentos oscuros que aparecen, algo aterrador pero naturalizado (como que el cocodrilo se comiera a casi todos los pretendientes hasta que le dolió la panza), recuerda a grandes autores de la literatura infantil como Roald Dahl o Lewis Carrol.
Esto me hace pensar que al autor de La uruguaya no le faltan referentes ni ideas originales en este género (que aunque subestimado, es complejo) pero sí sería interesante verlo correrse de esa postura más similar a Disney en los años 30, y darle lugar a otros conflictos posibles en las historias infantiles donde la sumisión de la princesa no tenga nada que ver.
Sobre el autor*
Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Su novela Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín de Novela en 1998 y fue llevada al cine en 2000. Publicó además El año del desierto, Salvatierra y La uruguaya; un volúmen de cuentos: Hoy temprano, y dos libros de poesía, Tigre como los pájaros y Consumidor final. En 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos.
Sobre la ilustradora*
Gaby Thiery nació en Buenos Aires, en 1983. Es diseñadora de imagen y sonido (UBA-FADU) y estudió diseño gráfico en la misma universidad. Se especializó en animación. Trabajó en cine, televisión y publicidad como motion designer para luego incursionar en la ilustración infantil donde aplica todos sus conocimientos en 3D y herramientas digitales. Editó para Argentina y el exterior, y obtuvo premios internacionales por sus ilustraciones.
Vease además
*Imágenes y biografías tomadas de Me gusta leer Argentina y contra tapa de El cepillo del Rey, respectivamente.
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