Cultores de un oficio en extinción, dedican su vida y conocimiento a preservar los valiosos libros que, en la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) o en el Museo de Física, se conservan eternizados como una vez imaginó Borges en la Biblioteca de Babel.
“Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.
En su cuento la “Biblioteca de Babel”, Jorge Luis Borges plantea que la biblioteca existe desde la eternidad y que, por lo tanto, los bibliotecarios deben ser obra de un dios o bien del azar. Si, tal como supuso en su inventiva el autor argentino, los libros acompañan al hombre desde el origen de la civilización esto quiere decir que los guardianes de los libros -incluso de las tablillas de arcilla, los papiros y los pergaminos- están allí trabajando en secreto.
A diferencia de los bibliotecarios que saben en qué estante se encuentra tal o cual un libro o qué recomendar según el gusto o necesidad del lector, estas mujeres y hombres no son la cara visible de la biblioteca.
Los guardianes de los libros trabajan en silencio. Son los que -como los enfermeros en los hospitales- atienden a decenas de pacientes para salvarles la vida. Porque cuando a un libro se le caen las hojas, se le salen las tapas, y empieza a deshilacharse la encuadernación quiere decir que está enfermo y, por ende, su existencia corre peligro.
LAS ÚLTIMAS GUARDIANAS
Hace 30 y 37 años que Analía González (62) y Cristina Ganduglia (58), respectivamente, se encargan de mantener con vida los libros de la Biblioteca Pública de la UNLP. Cada mañana, alrededor de las 8, se calzan el delantal a cuadrillé y se refugian en el subsuelo del centenario edificio. Allí se encuentra el taller de encuadernación que comenzó a funcionar en 1901 en el Palacio Legislativo, primero, y en 1934 pasó a ocupar este espacio.
“Nosotras hacemos encuadernación, conservación y restauración tanto para reforzar los libros nuevos y de uso frecuente como para aquellos que por el paso del tiempo requieren un tratamiento especial”, cuenta Analía mientras corta un cartón que mágicamente se convertirá en la tapa de un libro de sociología editado hace más de medio siglo.
O sea: “Tratamos de preservar el libro lo más original posible y trabajamos con materiales de conservación, es decir con papeles libres de ácido”, agrega.
Al taller de encuadernación se llega transitando un laberinto de cientos de libros -cuidadosamente ordenados y clasificados en una biblioteca larga como una cuadra- hasta que se atraviesa una puerta de madera donde se las ve a estas dos mujeres trabajando entre pinceles, prensas, hilos, agujas, adhesivos y un mate de lata de dos orejas que pasa de un lado al otro de la mesa con tanta meticulosidad que es imposible que se vuelque.
“Acá llegan libros de salas especiales, muy antiguos. La biblioteca está departamentalizada, entonces hay libros que son los que se ven acá en el depósito y hay otros antiguos que están para préstamo. También hay libros de colecciones particulares y de la primera colección de la Biblioteca que datan del siglo XIX, cuando la Universidad era provincial y que ahora están en la Sala-Museo”, explica Cristina.
Los diarios y revistas de la hemeroteca también pasan por un proceso de conservación aunque ahora lo está haciendo una persona en forma particular y muchos se han digitalizado para tener acceso a través de internet.
Analía y Cristina se formaron como encuadernadoras en la Escuela Técnica de 1 y 46, y ambas tuvieron a Lina Celentano como educadora, a quien recuerdan con mucho cariño.
En el caso de “Ani” -como la llaman sus compañeros de la biblioteca- fue Amanda Colombo, docente de esa carrera y amiga de su familia, la que descubrió en ella la habilidad para las manualidades y el amor por los libros.
“Ella me anotó, luego fui, llevé todos los papeles y empecé a aprender lo que hoy es el oficio de mi vida. Lo hago muy contenta porque amo esta tarea”, cuenta la mujer que ya cumplió los años de servicio para jubilarse pero aún no quiere dejar su lugar en el mundo: el taller.
A la vez, Analía es formadora de encuadernadoras y tanto la tercera compañera, María Eugenia Ruíz -que se encontraba con carpeta médica al momento de la visita al taller- como el hijo de Cristina han aprendido el oficio transmitido por ella.
“He dado clases en el Centro de Formación Profesional que funcionaba en la Biblioteca López Merino, en la Casa de la Empleada de 44 entre 3 y 4 y hace poco di una capacitación para gente de la UNLP. Es grato enseñar lo que una sabe para que otras personas puedan seguir haciéndolo”, dice.
El proceso de trabajo de estas dos guardianas es totalmente manual: todo un arte en tiempos de la era digital. Cuando un libro llega a “la enfermería” lo primero que hacen es descoserlo completo y lo arreglan si es que tiene alguna hoja rota. Luego lo colocan en la prensa, lo vuelven a coser, le hacen la tapa nueva y la etapa final es el dorado: “algo que hacemos a mano en el lomo o en el frente donde figura el título y el autor”, explica Analía.
La tarea puede llevar entre 3 y 5 horas y van a pasar varios días hasta que el libro regrese a su espacio en la biblioteca.
Por último el libro se limpia y de acuerdo a su encuadernación se hacen costuras para cuadernillos o para hojas sueltas. “Las costuras para cuadernillos son de punto seguido y de hojas sueltas son las que se conocen como falso diente de perro o costura japonesa”, cuenta la mujer repasando los secretos de un oficio en extinción.
Cuando se trata de libros que deben ser pegados utilizan engrudo cocido con harina o almidón de trigo o bien otro pegamento para empapelar y después colocan adhesivo vinílico y -otras veces- metil celulosa.
Algunos de los libros son solamente para consulta ya que se trata de ejemplares únicos o muy antiguos. En esos casos se les saca una fotocopia al original y el lector consulta la fotocopia y el original se guarda. Entre ellos figuran álbumes de fotos de la Ciudad de La Plata con material de Tomas Bradley la colección de periódicos del Virreinato -llamados periódicos orientales porque la mayoría están impresos en Montevideo- que circulaban durante la Colonia para difundir información política.
“Acá tenemos los originales y los guardamos en una caja. A muchos los tenemos fotocopiados desde hace años y algunos ya están digitalizados. Para nosotras cada libro tiene su historia, su registro y, por eso, lo tratamos de manera diferente: ya sea para consulta o reparaciones”, dice Analía.
El oficio de la restauración, conservación y preservación de libros, documentos, revistas, diarios, cartas y partituras es un oficio que se está perdiendo.
Las nuevas tecnologías inclinan a las nuevas generaciones a enfocarse en otras tareas.
Si bien se dictan talleres de encuadernación a cargo de la UNLP en la Biblioteca Pública son sólo 3 personas las que conocen el oficio y trabajan allí. “Para nosotras es prioridad que cuando nos vayamos, cuando nos jubilemos -que ya nos queda poco- quede alguien a cargo del taller para continuar con esta tarea”, dice Cristina con preocupación.
Analía afirma que “trabajar acá tiene sus particularidades, no todos los encuadernadores saben trabajar con libros tan antiguos. Al ser este el último taller de la Universidad no se le da tanta importancia y las bibliotecas lo necesitan”.
Cuando el 18 de enero de 1887 el Poder Ejecutivo de la Provincia de Buenas Aires creó la Biblioteca Pública Provincial lo hizo con el objetivo de “reunir un archivo bibliográfico documental que constituya el germen de futuras investigaciones en las diferentes áreas de producción de conocimientos”.
El objetivo se logró. Ese material está intacto y al servicio de quienes se acerquen a consultarlo para sumar conocimientos. Sin embargo, la transmisión del oficio a nuevas generaciones de guardianes de libros para que ese material goce de buena salud parece peligrar.
SECRETOS DE LA PRESERVACIÓN
La Sala-Museo de la Biblioteca Pública está compuesta por colecciones particulares de personalidades como Joaquín V. González, Nicolás Avellaneda, Arturo Costa Álvarez, Alejandro Korn, y no abarcan sólo libros sino también muebles y objetos personales.
En ese espacio del primer piso se guardan las colecciones patrimoniales que vienen de la primera época de la biblioteca -cuando era provincial- en la que se conservan archivos, manuscritos, colecciones de medallas, libros del siglo XV hasta el XXI.
La última colección inaugurada es la de libros fotográficos actuales que llegaron por donación. “Fuimos acrecentando esa colección porque son libros de difícil acceso, muy caros, que suelen estar en colecciones particulares y a nosotros nos pareció importante con el movimiento de fotógrafos que hay en la ciudad que esté al alcance del público para que cualquiera pueda consultar”, dice Florencia Bossie, directora de la Sala-Museo.
También se encuentra la “Colección Cervantina” que posee libros de Miguel de Cervantes Saavedra en diferentes idiomas y ediciones de sala La Plata en la que hay información sobre la ciudad, la Universidad y la colección de los Niños Expósitos.
La Sala Museo cuenta con el asesoramiento de museólogos de la Red de Museos y conservadoras que hacen trabajos específicos como los diplomas de Joaquín V. González que mostraban un gran deterioro. “Convocamos a Ana Cozzuol y a Angélica Guerriere y ellas trabajaron en un proyecto específico para esos diplomas para restaurarlos y mejorar sus condiciones de guarda y así poder dar un acceso más fácil a quien quiera conocerlos”, cuenta la directora.
En la Biblioteca Pública trabajan permanentemente en la conservación preventiva para mejorar las condiciones de guarda de uso y edilicias de los libros. “La idea es que tengan un buen ambiente y ese deterioro -que sí o sí va a tener el papel- retrasarlo lo que más se pueda para no tener que llegar a intervenir demasiado sobre el libro”, asegura Bossie.
La directora asegura que “hay una cantidad de cosas para las que no hace falta demasiado dinero para conservar bien los libros ya que existen prácticas para que el libro se use de la mejor manera”.
Entre esas medidas de prevención se podrían enumerar: que los lectores usen guantes, que no saquen fotos con flash, no sacar fotocopias a algunos ejemplares para no forzarlos y separar en los estantes con cartulinas libres de ácido.
LOS ENEMIGOS DE LOS LIBROS
Cuando los libros se van poniendo obsoletos y no son consultados, las bibliotecas los desechan porque necesitan espacio para la bibliografía nueva. “Para nosotros un libro antiguo tiene más de 100 años que no es lo que podía significar para un Europeo”, explica Ana Cozzuol, técnica restauradora del Museo de Física de la UNLP y una de las personas con más experiencia en la materia en La Plata.
En el Museo los libros antiguos están fuera de consulta. “Sabemos que está ahí pero no estamos en condiciones de buscarlo y darlo a préstamo. Hay investigadores que saben alemán y leen letra gótica, que los han revisado y dicen que hay libros muy valiosos”, cuenta Mariana Santamaría, museóloga del Museo de Física.
El taller en el que trabajan Ana y Mariana funciona en una dependencia del Museo de Física dentro de Facultad de Ciencias Exactas y es de menores dimensiones que el de la Biblioteca Pública ya que allí no se realizan restauraciones.
“Nuestra tarea es la conservación preventiva: todo lo que implica el entorno del espacio del lugar donde se encuentra la biblioteca como condiciones ambientales, temperatura, humedad, luz, controles de plagas, el estado de conservación e inventario”, cuenta Cozzuol que también practica la docencia en técnicas de conservación.
Los enemigos de los libros son varios, entre ellos los xilofagos -que se comen la madera- pero también se alimentan de papel. Para combatirlos, en el Museo desinsectan periódicamente y controlan que no se expandan.
Desde esta área del Museo de Física se brinda asesoramiento a otros museos, bibliotecas y archivos que lo solicitan, generalmente dentro de la misma Universidad. “También viene gente de afuera y los ayudamos en lo que está a nuestro alcance”, dice Ana que es muy puntillosa a la hora de encarar su tarea y trata con especial cuidado cada uno de los ejemplares que manipula.
ANTIGUOS, INCUNABLES Y EL TESORO DE NEWTON
En la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la UNLP se encuentra la joya más preciada entre los libros de la ciudad de La Plata: “Principios matemáticos de la filosofía natural”, también conocido simplemente como “Principia”, publicado por Isaac Newton el 5 de julio de 1687.
La mayoría de las personas piensan que el libro de Newton es un incunable. Pero, a pesar de tener más de 400 años y tratarse de una primera edición, es un libro antiguo.
“Se considera `libro antiguo´ a todo ejemplar publicado hace más de 100 años. Suele incurrirse en el error de llamarlos incunables, término que se usa para los libros impresos con tipos móviles desde la aparición de la imprenta hasta el año 1500 inclusive”, explica Stella Dugart, directora de la Biblioteca que desde su fundación formó parte del edificio principal que comenzó a construirse en 1886 en el Paseo del Bosque.
El término “incunable” proviene del latín incunabula, “pañales”, una palabra derivada del significado de “en la cuna”. Refiere a la época en que los libros se hallaban “en la cuna” o “en pañales” o sea a la infancia de la técnica moderna de hacer libros a través de la imprenta.
Por lo tanto los incunables son aquellos libros impresos entre 1445-50 y 1500, procedentes de unas 1.200 imprentas, distribuidas entre 260 ciudades, con un lanzamiento aproximado de 35.000 obras distintas.
En La Plata los únicos incunables se encontraban en la Biblioteca Pública pero fueron robados la madrugada del 18 de julio de 1988. Los libros, entre los que había una obra impresa en el taller de Gutemberg, un ejemplar de Cicerón y otro de Santo Tomás de Aquino se encontraban en una caja fuerte que fue extraída del despacho del director.
Nunca fueron recuperados y se cree que fueron sacados del país y vendidos a coleccionistas privados. Desde aquel día los libros más antiguos se guardan bajo siete llaves en sitios de acceso solo para personas autorizadas.
“No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total”, sostuvo Borges en su cuento que, aunque escapado de su imaginación, tenía mucho de verdad.
En su inventiva, el genio de la literatura universal olvidó mencionar un detalle: no hay biblioteca que se mantenga en pie sin los guardianes de los libros. Hombres y mujeres de una tarea tan silenciosa como fundamental.
Fuente: El Día de La Plata
Véase además:
Biblioteca Pública de la UNLP
Museo de Física de la UNLP
ANA COZZUOL EN EL MUSEO DE FÍSICA. ES UNA DE LAS PRESERVADORAS DE UN MATERIAL BIBLIOGRÁFICO QUE EN GRAN PARTE ESTÁ EN ALEMÁN, DANÉS, ENTRE OTROS IDIOMAS. - ROBERTO ACOSTA |
“Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.
En su cuento la “Biblioteca de Babel”, Jorge Luis Borges plantea que la biblioteca existe desde la eternidad y que, por lo tanto, los bibliotecarios deben ser obra de un dios o bien del azar. Si, tal como supuso en su inventiva el autor argentino, los libros acompañan al hombre desde el origen de la civilización esto quiere decir que los guardianes de los libros -incluso de las tablillas de arcilla, los papiros y los pergaminos- están allí trabajando en secreto.
A diferencia de los bibliotecarios que saben en qué estante se encuentra tal o cual un libro o qué recomendar según el gusto o necesidad del lector, estas mujeres y hombres no son la cara visible de la biblioteca.
Los guardianes de los libros trabajan en silencio. Son los que -como los enfermeros en los hospitales- atienden a decenas de pacientes para salvarles la vida. Porque cuando a un libro se le caen las hojas, se le salen las tapas, y empieza a deshilacharse la encuadernación quiere decir que está enfermo y, por ende, su existencia corre peligro.
LAS ÚLTIMAS GUARDIANAS
Hace 30 y 37 años que Analía González (62) y Cristina Ganduglia (58), respectivamente, se encargan de mantener con vida los libros de la Biblioteca Pública de la UNLP. Cada mañana, alrededor de las 8, se calzan el delantal a cuadrillé y se refugian en el subsuelo del centenario edificio. Allí se encuentra el taller de encuadernación que comenzó a funcionar en 1901 en el Palacio Legislativo, primero, y en 1934 pasó a ocupar este espacio.
EN EL MUSEO DE FÍSICA. SE GUARDAN LIBROS INVALORABLES PARA CIENTÍFICOS E INVESTIGADORES - ROBERTO ACOSTA |
“Nosotras hacemos encuadernación, conservación y restauración tanto para reforzar los libros nuevos y de uso frecuente como para aquellos que por el paso del tiempo requieren un tratamiento especial”, cuenta Analía mientras corta un cartón que mágicamente se convertirá en la tapa de un libro de sociología editado hace más de medio siglo.
O sea: “Tratamos de preservar el libro lo más original posible y trabajamos con materiales de conservación, es decir con papeles libres de ácido”, agrega.
Al taller de encuadernación se llega transitando un laberinto de cientos de libros -cuidadosamente ordenados y clasificados en una biblioteca larga como una cuadra- hasta que se atraviesa una puerta de madera donde se las ve a estas dos mujeres trabajando entre pinceles, prensas, hilos, agujas, adhesivos y un mate de lata de dos orejas que pasa de un lado al otro de la mesa con tanta meticulosidad que es imposible que se vuelque.
“Acá llegan libros de salas especiales, muy antiguos. La biblioteca está departamentalizada, entonces hay libros que son los que se ven acá en el depósito y hay otros antiguos que están para préstamo. También hay libros de colecciones particulares y de la primera colección de la Biblioteca que datan del siglo XIX, cuando la Universidad era provincial y que ahora están en la Sala-Museo”, explica Cristina.
Los diarios y revistas de la hemeroteca también pasan por un proceso de conservación aunque ahora lo está haciendo una persona en forma particular y muchos se han digitalizado para tener acceso a través de internet.
Analía y Cristina se formaron como encuadernadoras en la Escuela Técnica de 1 y 46, y ambas tuvieron a Lina Celentano como educadora, a quien recuerdan con mucho cariño.
En el caso de “Ani” -como la llaman sus compañeros de la biblioteca- fue Amanda Colombo, docente de esa carrera y amiga de su familia, la que descubrió en ella la habilidad para las manualidades y el amor por los libros.
“Ella me anotó, luego fui, llevé todos los papeles y empecé a aprender lo que hoy es el oficio de mi vida. Lo hago muy contenta porque amo esta tarea”, cuenta la mujer que ya cumplió los años de servicio para jubilarse pero aún no quiere dejar su lugar en el mundo: el taller.
A la vez, Analía es formadora de encuadernadoras y tanto la tercera compañera, María Eugenia Ruíz -que se encontraba con carpeta médica al momento de la visita al taller- como el hijo de Cristina han aprendido el oficio transmitido por ella.
“He dado clases en el Centro de Formación Profesional que funcionaba en la Biblioteca López Merino, en la Casa de la Empleada de 44 entre 3 y 4 y hace poco di una capacitación para gente de la UNLP. Es grato enseñar lo que una sabe para que otras personas puedan seguir haciéndolo”, dice.
El proceso de trabajo de estas dos guardianas es totalmente manual: todo un arte en tiempos de la era digital. Cuando un libro llega a “la enfermería” lo primero que hacen es descoserlo completo y lo arreglan si es que tiene alguna hoja rota. Luego lo colocan en la prensa, lo vuelven a coser, le hacen la tapa nueva y la etapa final es el dorado: “algo que hacemos a mano en el lomo o en el frente donde figura el título y el autor”, explica Analía.
La tarea puede llevar entre 3 y 5 horas y van a pasar varios días hasta que el libro regrese a su espacio en la biblioteca.
Por último el libro se limpia y de acuerdo a su encuadernación se hacen costuras para cuadernillos o para hojas sueltas. “Las costuras para cuadernillos son de punto seguido y de hojas sueltas son las que se conocen como falso diente de perro o costura japonesa”, cuenta la mujer repasando los secretos de un oficio en extinción.
Cuando se trata de libros que deben ser pegados utilizan engrudo cocido con harina o almidón de trigo o bien otro pegamento para empapelar y después colocan adhesivo vinílico y -otras veces- metil celulosa.
Algunos de los libros son solamente para consulta ya que se trata de ejemplares únicos o muy antiguos. En esos casos se les saca una fotocopia al original y el lector consulta la fotocopia y el original se guarda. Entre ellos figuran álbumes de fotos de la Ciudad de La Plata con material de Tomas Bradley la colección de periódicos del Virreinato -llamados periódicos orientales porque la mayoría están impresos en Montevideo- que circulaban durante la Colonia para difundir información política.
“Acá tenemos los originales y los guardamos en una caja. A muchos los tenemos fotocopiados desde hace años y algunos ya están digitalizados. Para nosotras cada libro tiene su historia, su registro y, por eso, lo tratamos de manera diferente: ya sea para consulta o reparaciones”, dice Analía.
El oficio de la restauración, conservación y preservación de libros, documentos, revistas, diarios, cartas y partituras es un oficio que se está perdiendo.
Las nuevas tecnologías inclinan a las nuevas generaciones a enfocarse en otras tareas.
Si bien se dictan talleres de encuadernación a cargo de la UNLP en la Biblioteca Pública son sólo 3 personas las que conocen el oficio y trabajan allí. “Para nosotras es prioridad que cuando nos vayamos, cuando nos jubilemos -que ya nos queda poco- quede alguien a cargo del taller para continuar con esta tarea”, dice Cristina con preocupación.
Analía afirma que “trabajar acá tiene sus particularidades, no todos los encuadernadores saben trabajar con libros tan antiguos. Al ser este el último taller de la Universidad no se le da tanta importancia y las bibliotecas lo necesitan”.
Cuando el 18 de enero de 1887 el Poder Ejecutivo de la Provincia de Buenas Aires creó la Biblioteca Pública Provincial lo hizo con el objetivo de “reunir un archivo bibliográfico documental que constituya el germen de futuras investigaciones en las diferentes áreas de producción de conocimientos”.
El objetivo se logró. Ese material está intacto y al servicio de quienes se acerquen a consultarlo para sumar conocimientos. Sin embargo, la transmisión del oficio a nuevas generaciones de guardianes de libros para que ese material goce de buena salud parece peligrar.
SECRETOS DE LA PRESERVACIÓN
La Sala-Museo de la Biblioteca Pública está compuesta por colecciones particulares de personalidades como Joaquín V. González, Nicolás Avellaneda, Arturo Costa Álvarez, Alejandro Korn, y no abarcan sólo libros sino también muebles y objetos personales.
ANALÍA GONZÁLEZ Y CRISTINA GANDUGLIA. DOS APASIONADAS DE SU LABOR QUE LE DEVUELVEN LA VIDA A LOS LIBROS DE LA BIBLIOTECA PÚBLI CA. - DOLORES RIPOLL |
En ese espacio del primer piso se guardan las colecciones patrimoniales que vienen de la primera época de la biblioteca -cuando era provincial- en la que se conservan archivos, manuscritos, colecciones de medallas, libros del siglo XV hasta el XXI.
La última colección inaugurada es la de libros fotográficos actuales que llegaron por donación. “Fuimos acrecentando esa colección porque son libros de difícil acceso, muy caros, que suelen estar en colecciones particulares y a nosotros nos pareció importante con el movimiento de fotógrafos que hay en la ciudad que esté al alcance del público para que cualquiera pueda consultar”, dice Florencia Bossie, directora de la Sala-Museo.
También se encuentra la “Colección Cervantina” que posee libros de Miguel de Cervantes Saavedra en diferentes idiomas y ediciones de sala La Plata en la que hay información sobre la ciudad, la Universidad y la colección de los Niños Expósitos.
La Sala Museo cuenta con el asesoramiento de museólogos de la Red de Museos y conservadoras que hacen trabajos específicos como los diplomas de Joaquín V. González que mostraban un gran deterioro. “Convocamos a Ana Cozzuol y a Angélica Guerriere y ellas trabajaron en un proyecto específico para esos diplomas para restaurarlos y mejorar sus condiciones de guarda y así poder dar un acceso más fácil a quien quiera conocerlos”, cuenta la directora.
En la Biblioteca Pública trabajan permanentemente en la conservación preventiva para mejorar las condiciones de guarda de uso y edilicias de los libros. “La idea es que tengan un buen ambiente y ese deterioro -que sí o sí va a tener el papel- retrasarlo lo que más se pueda para no tener que llegar a intervenir demasiado sobre el libro”, asegura Bossie.
La directora asegura que “hay una cantidad de cosas para las que no hace falta demasiado dinero para conservar bien los libros ya que existen prácticas para que el libro se use de la mejor manera”.
Entre esas medidas de prevención se podrían enumerar: que los lectores usen guantes, que no saquen fotos con flash, no sacar fotocopias a algunos ejemplares para no forzarlos y separar en los estantes con cartulinas libres de ácido.
LOS ENEMIGOS DE LOS LIBROS
Cuando los libros se van poniendo obsoletos y no son consultados, las bibliotecas los desechan porque necesitan espacio para la bibliografía nueva. “Para nosotros un libro antiguo tiene más de 100 años que no es lo que podía significar para un Europeo”, explica Ana Cozzuol, técnica restauradora del Museo de Física de la UNLP y una de las personas con más experiencia en la materia en La Plata.
EL TESORO DE LAS BIBLIOTECAS PLATENSES. “PRINCIPIA”, PUBLICADO POR ISAAC NEWTON EL 5 DE JULIO DE 1687. |
En el Museo los libros antiguos están fuera de consulta. “Sabemos que está ahí pero no estamos en condiciones de buscarlo y darlo a préstamo. Hay investigadores que saben alemán y leen letra gótica, que los han revisado y dicen que hay libros muy valiosos”, cuenta Mariana Santamaría, museóloga del Museo de Física.
El taller en el que trabajan Ana y Mariana funciona en una dependencia del Museo de Física dentro de Facultad de Ciencias Exactas y es de menores dimensiones que el de la Biblioteca Pública ya que allí no se realizan restauraciones.
“Nuestra tarea es la conservación preventiva: todo lo que implica el entorno del espacio del lugar donde se encuentra la biblioteca como condiciones ambientales, temperatura, humedad, luz, controles de plagas, el estado de conservación e inventario”, cuenta Cozzuol que también practica la docencia en técnicas de conservación.
Los enemigos de los libros son varios, entre ellos los xilofagos -que se comen la madera- pero también se alimentan de papel. Para combatirlos, en el Museo desinsectan periódicamente y controlan que no se expandan.
Desde esta área del Museo de Física se brinda asesoramiento a otros museos, bibliotecas y archivos que lo solicitan, generalmente dentro de la misma Universidad. “También viene gente de afuera y los ayudamos en lo que está a nuestro alcance”, dice Ana que es muy puntillosa a la hora de encarar su tarea y trata con especial cuidado cada uno de los ejemplares que manipula.
ANTIGUOS, INCUNABLES Y EL TESORO DE NEWTON
En la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la UNLP se encuentra la joya más preciada entre los libros de la ciudad de La Plata: “Principios matemáticos de la filosofía natural”, también conocido simplemente como “Principia”, publicado por Isaac Newton el 5 de julio de 1687.
La mayoría de las personas piensan que el libro de Newton es un incunable. Pero, a pesar de tener más de 400 años y tratarse de una primera edición, es un libro antiguo.
“Se considera `libro antiguo´ a todo ejemplar publicado hace más de 100 años. Suele incurrirse en el error de llamarlos incunables, término que se usa para los libros impresos con tipos móviles desde la aparición de la imprenta hasta el año 1500 inclusive”, explica Stella Dugart, directora de la Biblioteca que desde su fundación formó parte del edificio principal que comenzó a construirse en 1886 en el Paseo del Bosque.
El término “incunable” proviene del latín incunabula, “pañales”, una palabra derivada del significado de “en la cuna”. Refiere a la época en que los libros se hallaban “en la cuna” o “en pañales” o sea a la infancia de la técnica moderna de hacer libros a través de la imprenta.
Por lo tanto los incunables son aquellos libros impresos entre 1445-50 y 1500, procedentes de unas 1.200 imprentas, distribuidas entre 260 ciudades, con un lanzamiento aproximado de 35.000 obras distintas.
En La Plata los únicos incunables se encontraban en la Biblioteca Pública pero fueron robados la madrugada del 18 de julio de 1988. Los libros, entre los que había una obra impresa en el taller de Gutemberg, un ejemplar de Cicerón y otro de Santo Tomás de Aquino se encontraban en una caja fuerte que fue extraída del despacho del director.
Nunca fueron recuperados y se cree que fueron sacados del país y vendidos a coleccionistas privados. Desde aquel día los libros más antiguos se guardan bajo siete llaves en sitios de acceso solo para personas autorizadas.
“No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total”, sostuvo Borges en su cuento que, aunque escapado de su imaginación, tenía mucho de verdad.
En su inventiva, el genio de la literatura universal olvidó mencionar un detalle: no hay biblioteca que se mantenga en pie sin los guardianes de los libros. Hombres y mujeres de una tarea tan silenciosa como fundamental.
“Llegan libros de salas especiales, muy antiguos. La biblioteca está departamentalizada, entonces hay libros que son los que se ven acá en el depósito y hay otros antiguos que están para préstamo. También hay libros de colecciones particulares y de la primera colección de la Biblioteca que datan del siglo XIX, cuando la Universidad era provincial y que ahora están en la Sala-Museo”
Fuente: El Día de La Plata
Véase además:
Biblioteca Pública de la UNLP
Museo de Física de la UNLP
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