En esta nueva sección en Soy Bibliotecario podrán demostrar sus habilidades como escritores. Nos envían sus cuentos, los leemos y los publicamos...
El hombre no era muy alto, bastante gordo, su piel blanca casi amarilla, su pelo grasiento peinado hacia un costado. Su cuerpo denotaba la inexistencia absoluta de ejercicio físico. Sus carnes flácidas le caían a ambos lados de la cintura y su abdomen abultado escondía bajo un misterio absoluto la existencia o no de un cinturón.
Salió de su casa como todos los días rumbo a su trabajo. Se subió al auto, el cual era su fiel reflejo, estaban hechos tal para cual, una capa de tierra lo cubría desde el capot hasta el baúl; un choque añejo dejaba huellas ya oxidadas en el paragolpes. Tardó en arrancar como todos los días, se metió en el tránsito. Ni él ni su coche inspiraban respeto. Lo insultaba el taxista, el colectivero, el micro escolar.
Llegó a su oficina antes que todos, se acomodó en su escritorio y comenzó su rutina diaria. Sus compañeros iban llegando de a uno, y junto con el saludo, el chiste, la burla, como todos los días.
A media mañana lo llamo su jefe, fue con nervios de principiante a pesar de sus 15 años en el puesto, tocó tímidamente la puerta, un gesto adusto y una vos ronca lo recibieron, se sentó y comenzó a escuchar. Le hablaron de restructuración, de crisis, la vista se le nublaba y su cabeza estallaba, se sintió empapado de transpiración. Quedaba despedido. Se levantó casi como un autómata, se puso el saco y salió de la oficina.
Pensó en su casa, en los reproches de todos los días “No ves que sos un inútil, que no servís para nada, fíjate como escalo este y como se superó el otro y bla bla bla”. Como enfrentar esa situación ahora que había quedado desocupado, si casi no soportaba tanto maltrato, con esto no quería ni pensarlo.
Se acordó de su infancia, de su juventud, la primera novia, el primer sueño, el primer fracaso, el segundo fracaso, el tercer fracaso y en sus fracasos de todos los días. No podía volver, no quería volver, estaba abatido. Pero tomó fuerzas, se recompuso, llego rápidamente a su casa, dejó el auto casi mal estacionado, avanzó a paso firme, seguro, entró al edificio, tomó el ascensor, se detuvo en el último piso, subió uno más por escalera, abrió la puerta y corrió, corrió y voló, un vuelo final para terminar un día, por fin distinto a todos los días.
AUTOR DEL CUENTO: JOSE PABLO
Salió de su casa como todos los días rumbo a su trabajo. Se subió al auto, el cual era su fiel reflejo, estaban hechos tal para cual, una capa de tierra lo cubría desde el capot hasta el baúl; un choque añejo dejaba huellas ya oxidadas en el paragolpes. Tardó en arrancar como todos los días, se metió en el tránsito. Ni él ni su coche inspiraban respeto. Lo insultaba el taxista, el colectivero, el micro escolar.
Llegó a su oficina antes que todos, se acomodó en su escritorio y comenzó su rutina diaria. Sus compañeros iban llegando de a uno, y junto con el saludo, el chiste, la burla, como todos los días.
A media mañana lo llamo su jefe, fue con nervios de principiante a pesar de sus 15 años en el puesto, tocó tímidamente la puerta, un gesto adusto y una vos ronca lo recibieron, se sentó y comenzó a escuchar. Le hablaron de restructuración, de crisis, la vista se le nublaba y su cabeza estallaba, se sintió empapado de transpiración. Quedaba despedido. Se levantó casi como un autómata, se puso el saco y salió de la oficina.
Pensó en su casa, en los reproches de todos los días “No ves que sos un inútil, que no servís para nada, fíjate como escalo este y como se superó el otro y bla bla bla”. Como enfrentar esa situación ahora que había quedado desocupado, si casi no soportaba tanto maltrato, con esto no quería ni pensarlo.
Se acordó de su infancia, de su juventud, la primera novia, el primer sueño, el primer fracaso, el segundo fracaso, el tercer fracaso y en sus fracasos de todos los días. No podía volver, no quería volver, estaba abatido. Pero tomó fuerzas, se recompuso, llego rápidamente a su casa, dejó el auto casi mal estacionado, avanzó a paso firme, seguro, entró al edificio, tomó el ascensor, se detuvo en el último piso, subió uno más por escalera, abrió la puerta y corrió, corrió y voló, un vuelo final para terminar un día, por fin distinto a todos los días.
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