Hoy, cobra más relevancia que nunca el pensamiento de José Ortega y Gaset: “El libro que liberó al hombre de la selva, hoy lo arroja a una selva de libros” (1935).
Por: Guillermo C. Elías (*)
Hoy, cobra más relevancia que nunca el pensamiento de José Ortega y Gaset: “El libro que liberó al hombre de la selva, hoy lo arroja a una selva de libros” (1935).
El fenómeno de la lectura tradicional, permitió al hombre atesorar para sí las experiencias de terceros, amén de escapar de su espacio temporal rompiendo por primera vez las circunstancias de espacio y tiempo.
Dice Colley Gibber en su libro “Love makes the man” refiriéndose al lector: “No hay príncipe que viva como él: toma su desayuno con Aristóteles, come con Marco Tulio, toma el té con el Helicón y cena con Séneca”. Es que el lector que no está obligado a una lectura, el que lee por placer descubre ciertamente lo que propone René Descartes, en el Discours de la Méthode:
“La lectura de todo buen libro es como una conversación con los hombres que lo han escrito, los más dignos de las edades pasadas; una conversación selecta, en la cual no nos descubren sino sus mejores pensamientos.”
La profesión de bibliotecario fue privilegiada por mucho tiempo, pues su inmensa tarea, la que nos permitió a los hombres llegar hasta aquí, estuvo siempre rodeada de lo más noble y distinguido del entendimiento humano.
Hoy, merced a las nuevas tecnologías, este privilegio lo comparte con el resto de los individuos. A solo un clic, se nos representa una biblioteca universal tan vasta que no podemos imaginar su magnitud. Una biblioteca multimedia, que hoy se convierte en extensión planetaria de nuestros sentidos, brindando una lectura cada vez más completa, real y concreta.
Casi sin darnos cuenta, estamos frente a la revolución más crucial de nuestra civilización, un paso fundamental que nos lleva de la tecnología analógica a la digital. Esto implica que en una semana se produzca más información que en los últimos cuatrocientos años. Que en un día de nuestra vida, presenciemos más cambios y acontecimientos que un individuo de la Edad Media en cuarenta años.
¿Estamos preparados? O es tan vertiginoso el cambio que no nos permite detenernos para examinarlo.
Pensemos en la escuela, célula fundante de la lectura en soporte papel. Allí se experimentaron cambios durante el siglo XX tendientes a reemplazar la filosofía educativa conductista por una constructivista, en la que se respeta al individuo educando, contemplando sus cualidades intereses, complejidades y facetas.
Pero esto no ha bastado. La escuela conserva edificaciones del siglo XIX, docentes del siglo XX y alumnos del siglo XXI. ¿Cómo conciliar tres siglos de distancia?: la tiza y el pizarrón, la disposición de los alumnos en clase, docentes educados en el Normalismo tradicional en el que ni se hablaba de lo digital, frente a alumnos nativos digitales, que se aburren soberanamente ante una educación memorística y repetitiva, que le induce al tedio. Debieran perderse para siempre: el mapa calcado, la caligrafía, o la copia de textos y ejercicios a mano.
A diferencia de la biblioteca física, hoy el acervo digital mundial debe estar disponible en el aula. Esto permite ahorrar tiempo y encontrar variedad de documentos en distintos soportes.
Debo aclarar aquí que tanto la biblioteca primaria como la secundaria, ha sido superada en calidad de información por el soporte digital, siendo su superviviente el área de Literatura, que aún resiste, dada la intensidad con que los docentes y el estado defienden al soporte papel. Internet optimiza los recursos, antes sólo disponible en soporte papel, y abre un abanico de nuevas formas de lectura mucho más atractivas y cautivantes.
El objeto de la escuela será: formar individuos competentes en el manejo de herramientas digitales, para lo que deberá la institución, adecuarse tecnológicamente. El tiempo ahorrado ahora estará destinado a la creatividad, al debate, a la opinión, al respeto por el otro, a la cooperación y al trabajo en equipo, a la formación de lectores competentes, críticos y a educar en la selección de información, en síntesis a “Pensar y Razonar”.
Los alumnos, podrán investigar, aplicar el método científico, producir sus propios textos y presentarlos en diferentes formatos, es decir que participarán de manera activa en la reelaboración y construcción del conocimiento. Terreno que antes pertenecía solo al ámbito académico.
La escuela, no debe seguir siendo un lugar donde se padezca un sistema perimido, sino por el contrario, un lugar que convoque a individuos en busca de su propia felicidad aplicada a la tarea diaria, que no será ya considerada una carga, sino que ésta se convertirá en un abanico de desafíos que convoquen el uso del pensamiento y donde se respeten los intereses del niño.
La escuela, debe educar en la felicidad, y el hombre siempre ha estado en su constante búsqueda. Es en esta sociedad digital, donde cada individuo ha tomado conciencia de que su tiempo es valioso y limitado, que no puede perderlo miserablemente. Que la lectura obligatoria, es un mal sueño. Que leer un libro por placer es todo lo contrario. Que tomar un libro y dejarlo de leer en la segunda página es su derecho. Que hay demasiado por recorrer y hay que saber seleccionar.
La educación moderna, fagocita a la niñez en extensas jornadas, les obliga a una especie de esclavitud, en la que se denosta y no se contemplan los espacios dedicados al juego, tan esencial en esa edad. ¡El niño debe tener niñez!
Las máquinas, concebidas con el objeto de reemplazar al hombre en las tareas repetitivas, han venido a liberar, a desencadenarnos de ese yugo. Es hora de que se encarguen por completo de eso.
Dispondremos entonces de un interesante tiempo libre, que podremos emplear en gozar de una lectura que implique a todas las artes: aprender a escuchar, disfrutar de la música antigua o contemporánea, comprender las complejidades de un mapa manuscrito o satelital, visitar virtualmente el museo del Louvre, o simplemente espiar el planeta Tierra en directo desde la Estación Espacial Internacional... ¡El mundo está en nuestras manos!
Disponemos de audiencia, los alumnos de las escuelas, será cuestión de encontrar un tema y salir displicentemente a disfrutar de esa excursión virtual con ellos.
La educación bilingüe probablemente en poco tiempo entrará en decadencia, cuando los traductores se vuelvan más confiables, sin ir más lejos ya existen aparatos de mano que traducen en tiempo real más de treinta idiomas, lo que nos convierte, sin serlo, ¡en políglotas!
El docente y el bibliotecario serán mediadores en esa compleja tarea democratizadora en la que se consideren los distintos puntos de vista, la pluralidad de ideas, la lógica de la hipertextualidad y la lectura postmoderna que ya no respeta la tradicional lectura lineal.
Enseñar a realizar búsquedas en Internet con resultados relevantes, a navegar seguros, a evitar el grooming, a detectar las noticias falsas, y a confrontar las fuentes.
Educar: el ver y el escuchar, fomentando una verdadera inteligencia colectiva.
Junto a sus alumnos los docentes formarán la llamada “sociedad educativa”, en la que todos son sujetos de aprendizaje.
Una cualidad que deberán desarrollar las nuevas generaciones, en especial los docentes, será la de reaprender, es decir olvidar de lleno tecnologías anteriores para experimentar con curiosidad y sin nostalgia las nuevas propuestas tecnológicas. Este re-aprendizaje deberá ser constante debido al vertiginoso cambio al que nos somete la realidad.
Las instituciones deberán estar atentas a los requerimientos técnicos y al ofrecimiento de un ininterrumpido proceso de capacitación que cubra las expectativas de logro. Y una eminente reformulación de los programas, destinados a la formación de profesionales docentes.
La Universidad cuyo objetivo fundamental consistía en agregar nuevo conocimiento a la ciencia, ha perdido en parte ese privilegio. Hoy los científicos, los investigadores de todas partes del mudo trabajan en comunidades en línea, sin emplear ese espacio físico que antes brindaba el claustro universitario.
El periódico se inclina casi definitivamente hacia el formato digital, cada día imprime tiradas más cortas en papel.
El historiador que hasta ahora nos brindó su propia interpretación de la historia, un solo punto de vista, es decir un mundo de una sola dimensión, tenderá a desaparecer a medida en que la red sea un verdadero archivo de todas las instituciones humanas. Cada lector podrá acceder a los documentos originales y formar su propia idea de la historia. Otro desafío para el que debe prepararnos la escuela.
Tampoco quedaron exentas al aluvión digital las bibliotecas públicas, que vieron disminuidas drásticamente sus consultas bibliográficas. Acude a ellas otro tipo de usuarios que buscan un lugar calefaccionado o refrigerado, apto para estudiar con apuntes o libros propios, utilizando además la conectividad gratuita.
Lo cierto es que no solo el papel está en franco proceso de digitalización, todos los otros soportes le acompañan en esta frenética transformación, pero sí es el único resistido. Nadie siente tristeza por la digitalización de un film original en celuloide o nitrato, ni la de un disco de vinilo, por el contrario, estas acciones son muy apreciadas. ¿Alguien recuerda la última vez que fue a comprar un rollo fotográfico? ¿Será que la comodidad y optimización de los recursos digitales nos seducen, y el soporte papel es resistido de pura nostalgia por sus casi dos mil años de eficiencia?
Sólo el producto final de este tipo de escuelas, es decir, alumnos altamente digitalizados serán bien recibidos por una sociedad complejizada, con una demanda laboral cada vez más exigente en este sentido, donde el trabajo muscular tradicional tiende a desaparecer por completo.
Si obramos en la aplicación de esta nueva concepción de la educación, estaremos a la altura del momento histórico, no desperdiciemos el valioso tiempo de una niñez, que cuando crezca, ya atareados con otros desafíos, tal vez más complejos que los nuestros, sabrán agradecer lo que hicimos por ellos.
Se me ocurre aquí un pensamiento “El tiempo es mensurable, la necedad, la negligencia y la indiferencia, no”.
Asistimos a una coyuntura que exige imperiosamente de nosotros y del estado, nuestro mejor esfuerzo. A ello debemos sumar una inversión que allane todo escollo, para finalmente educar a ese nuevo ciudadano con competencias acordes al siglo XXI.
El hombre, a lo largo de la historia ha demostrado a través de sus acciones que es capaz de producir un poema o una escultura, pero también ha concebido grandes desgracias para sus congéneres y su medio. Parece que inclina la balanza lo primero, de otra manera no estaríamos aquí, ni nuestras bibliotecas estarían atestadas de libros. Creo que todo hombre de bien, está llamado a dejar este mundo un poco mejor de como lo ha encontrado.
Dice José Ortega y Gaset:
“La vida es quehacer, y la verdad de la vida, es decir, la vida auténtica de cada cual, consistirá en hacer lo que hay que hacer y evitar el hacer cualquiera cosa”.
En: Revista Consudec (Consejo Superior de Educación Católica). Año LVI N°1169, Septiembre 2019.
(*) Guillermo César Elías: Discófilo, Coleccionista. Su especialidad es la paleofonografía y los registros del período acústico. Es Locutor Nacional de Radio y TV, Profesor de Enseñanza Primaria y Bibliotecario Nacional.
Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario. Es Profesor de las Cátedras de: “Historia del Libro y de las Bibliotecas”, “Psicología, Estética y Formación del Lector” y “Documentación” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional.
Es autor del libro “Historias con Voz: Una Instantánea fonográfica de Buenos Ayres a principios del siglo XX”. Es miembro de Número de las Academias Porteña del Lunfardo y Nacional del Tango.
Por: Guillermo C. Elías (*)
Hoy, cobra más relevancia que nunca el pensamiento de José Ortega y Gaset: “El libro que liberó al hombre de la selva, hoy lo arroja a una selva de libros” (1935).
El fenómeno de la lectura tradicional, permitió al hombre atesorar para sí las experiencias de terceros, amén de escapar de su espacio temporal rompiendo por primera vez las circunstancias de espacio y tiempo.
Dice Colley Gibber en su libro “Love makes the man” refiriéndose al lector: “No hay príncipe que viva como él: toma su desayuno con Aristóteles, come con Marco Tulio, toma el té con el Helicón y cena con Séneca”. Es que el lector que no está obligado a una lectura, el que lee por placer descubre ciertamente lo que propone René Descartes, en el Discours de la Méthode:
“La lectura de todo buen libro es como una conversación con los hombres que lo han escrito, los más dignos de las edades pasadas; una conversación selecta, en la cual no nos descubren sino sus mejores pensamientos.”
La profesión de bibliotecario fue privilegiada por mucho tiempo, pues su inmensa tarea, la que nos permitió a los hombres llegar hasta aquí, estuvo siempre rodeada de lo más noble y distinguido del entendimiento humano.
Hoy, merced a las nuevas tecnologías, este privilegio lo comparte con el resto de los individuos. A solo un clic, se nos representa una biblioteca universal tan vasta que no podemos imaginar su magnitud. Una biblioteca multimedia, que hoy se convierte en extensión planetaria de nuestros sentidos, brindando una lectura cada vez más completa, real y concreta.
Casi sin darnos cuenta, estamos frente a la revolución más crucial de nuestra civilización, un paso fundamental que nos lleva de la tecnología analógica a la digital. Esto implica que en una semana se produzca más información que en los últimos cuatrocientos años. Que en un día de nuestra vida, presenciemos más cambios y acontecimientos que un individuo de la Edad Media en cuarenta años.
¿Estamos preparados? O es tan vertiginoso el cambio que no nos permite detenernos para examinarlo.
Pensemos en la escuela, célula fundante de la lectura en soporte papel. Allí se experimentaron cambios durante el siglo XX tendientes a reemplazar la filosofía educativa conductista por una constructivista, en la que se respeta al individuo educando, contemplando sus cualidades intereses, complejidades y facetas.
Pero esto no ha bastado. La escuela conserva edificaciones del siglo XIX, docentes del siglo XX y alumnos del siglo XXI. ¿Cómo conciliar tres siglos de distancia?: la tiza y el pizarrón, la disposición de los alumnos en clase, docentes educados en el Normalismo tradicional en el que ni se hablaba de lo digital, frente a alumnos nativos digitales, que se aburren soberanamente ante una educación memorística y repetitiva, que le induce al tedio. Debieran perderse para siempre: el mapa calcado, la caligrafía, o la copia de textos y ejercicios a mano.
A diferencia de la biblioteca física, hoy el acervo digital mundial debe estar disponible en el aula. Esto permite ahorrar tiempo y encontrar variedad de documentos en distintos soportes.
Debo aclarar aquí que tanto la biblioteca primaria como la secundaria, ha sido superada en calidad de información por el soporte digital, siendo su superviviente el área de Literatura, que aún resiste, dada la intensidad con que los docentes y el estado defienden al soporte papel. Internet optimiza los recursos, antes sólo disponible en soporte papel, y abre un abanico de nuevas formas de lectura mucho más atractivas y cautivantes.
El objeto de la escuela será: formar individuos competentes en el manejo de herramientas digitales, para lo que deberá la institución, adecuarse tecnológicamente. El tiempo ahorrado ahora estará destinado a la creatividad, al debate, a la opinión, al respeto por el otro, a la cooperación y al trabajo en equipo, a la formación de lectores competentes, críticos y a educar en la selección de información, en síntesis a “Pensar y Razonar”.
Los alumnos, podrán investigar, aplicar el método científico, producir sus propios textos y presentarlos en diferentes formatos, es decir que participarán de manera activa en la reelaboración y construcción del conocimiento. Terreno que antes pertenecía solo al ámbito académico.
La escuela, no debe seguir siendo un lugar donde se padezca un sistema perimido, sino por el contrario, un lugar que convoque a individuos en busca de su propia felicidad aplicada a la tarea diaria, que no será ya considerada una carga, sino que ésta se convertirá en un abanico de desafíos que convoquen el uso del pensamiento y donde se respeten los intereses del niño.
La escuela, debe educar en la felicidad, y el hombre siempre ha estado en su constante búsqueda. Es en esta sociedad digital, donde cada individuo ha tomado conciencia de que su tiempo es valioso y limitado, que no puede perderlo miserablemente. Que la lectura obligatoria, es un mal sueño. Que leer un libro por placer es todo lo contrario. Que tomar un libro y dejarlo de leer en la segunda página es su derecho. Que hay demasiado por recorrer y hay que saber seleccionar.
La educación moderna, fagocita a la niñez en extensas jornadas, les obliga a una especie de esclavitud, en la que se denosta y no se contemplan los espacios dedicados al juego, tan esencial en esa edad. ¡El niño debe tener niñez!
Las máquinas, concebidas con el objeto de reemplazar al hombre en las tareas repetitivas, han venido a liberar, a desencadenarnos de ese yugo. Es hora de que se encarguen por completo de eso.
Dispondremos entonces de un interesante tiempo libre, que podremos emplear en gozar de una lectura que implique a todas las artes: aprender a escuchar, disfrutar de la música antigua o contemporánea, comprender las complejidades de un mapa manuscrito o satelital, visitar virtualmente el museo del Louvre, o simplemente espiar el planeta Tierra en directo desde la Estación Espacial Internacional... ¡El mundo está en nuestras manos!
Disponemos de audiencia, los alumnos de las escuelas, será cuestión de encontrar un tema y salir displicentemente a disfrutar de esa excursión virtual con ellos.
La educación bilingüe probablemente en poco tiempo entrará en decadencia, cuando los traductores se vuelvan más confiables, sin ir más lejos ya existen aparatos de mano que traducen en tiempo real más de treinta idiomas, lo que nos convierte, sin serlo, ¡en políglotas!
El docente y el bibliotecario serán mediadores en esa compleja tarea democratizadora en la que se consideren los distintos puntos de vista, la pluralidad de ideas, la lógica de la hipertextualidad y la lectura postmoderna que ya no respeta la tradicional lectura lineal.
Enseñar a realizar búsquedas en Internet con resultados relevantes, a navegar seguros, a evitar el grooming, a detectar las noticias falsas, y a confrontar las fuentes.
Educar: el ver y el escuchar, fomentando una verdadera inteligencia colectiva.
Junto a sus alumnos los docentes formarán la llamada “sociedad educativa”, en la que todos son sujetos de aprendizaje.
Una cualidad que deberán desarrollar las nuevas generaciones, en especial los docentes, será la de reaprender, es decir olvidar de lleno tecnologías anteriores para experimentar con curiosidad y sin nostalgia las nuevas propuestas tecnológicas. Este re-aprendizaje deberá ser constante debido al vertiginoso cambio al que nos somete la realidad.
Las instituciones deberán estar atentas a los requerimientos técnicos y al ofrecimiento de un ininterrumpido proceso de capacitación que cubra las expectativas de logro. Y una eminente reformulación de los programas, destinados a la formación de profesionales docentes.
La Universidad cuyo objetivo fundamental consistía en agregar nuevo conocimiento a la ciencia, ha perdido en parte ese privilegio. Hoy los científicos, los investigadores de todas partes del mudo trabajan en comunidades en línea, sin emplear ese espacio físico que antes brindaba el claustro universitario.
El periódico se inclina casi definitivamente hacia el formato digital, cada día imprime tiradas más cortas en papel.
El historiador que hasta ahora nos brindó su propia interpretación de la historia, un solo punto de vista, es decir un mundo de una sola dimensión, tenderá a desaparecer a medida en que la red sea un verdadero archivo de todas las instituciones humanas. Cada lector podrá acceder a los documentos originales y formar su propia idea de la historia. Otro desafío para el que debe prepararnos la escuela.
Tampoco quedaron exentas al aluvión digital las bibliotecas públicas, que vieron disminuidas drásticamente sus consultas bibliográficas. Acude a ellas otro tipo de usuarios que buscan un lugar calefaccionado o refrigerado, apto para estudiar con apuntes o libros propios, utilizando además la conectividad gratuita.
Lo cierto es que no solo el papel está en franco proceso de digitalización, todos los otros soportes le acompañan en esta frenética transformación, pero sí es el único resistido. Nadie siente tristeza por la digitalización de un film original en celuloide o nitrato, ni la de un disco de vinilo, por el contrario, estas acciones son muy apreciadas. ¿Alguien recuerda la última vez que fue a comprar un rollo fotográfico? ¿Será que la comodidad y optimización de los recursos digitales nos seducen, y el soporte papel es resistido de pura nostalgia por sus casi dos mil años de eficiencia?
Sólo el producto final de este tipo de escuelas, es decir, alumnos altamente digitalizados serán bien recibidos por una sociedad complejizada, con una demanda laboral cada vez más exigente en este sentido, donde el trabajo muscular tradicional tiende a desaparecer por completo.
Si obramos en la aplicación de esta nueva concepción de la educación, estaremos a la altura del momento histórico, no desperdiciemos el valioso tiempo de una niñez, que cuando crezca, ya atareados con otros desafíos, tal vez más complejos que los nuestros, sabrán agradecer lo que hicimos por ellos.
Se me ocurre aquí un pensamiento “El tiempo es mensurable, la necedad, la negligencia y la indiferencia, no”.
Asistimos a una coyuntura que exige imperiosamente de nosotros y del estado, nuestro mejor esfuerzo. A ello debemos sumar una inversión que allane todo escollo, para finalmente educar a ese nuevo ciudadano con competencias acordes al siglo XXI.
El hombre, a lo largo de la historia ha demostrado a través de sus acciones que es capaz de producir un poema o una escultura, pero también ha concebido grandes desgracias para sus congéneres y su medio. Parece que inclina la balanza lo primero, de otra manera no estaríamos aquí, ni nuestras bibliotecas estarían atestadas de libros. Creo que todo hombre de bien, está llamado a dejar este mundo un poco mejor de como lo ha encontrado.
Dice José Ortega y Gaset:
“La vida es quehacer, y la verdad de la vida, es decir, la vida auténtica de cada cual, consistirá en hacer lo que hay que hacer y evitar el hacer cualquiera cosa”.
En: Revista Consudec (Consejo Superior de Educación Católica). Año LVI N°1169, Septiembre 2019.
(*) Guillermo César Elías: Discófilo, Coleccionista. Su especialidad es la paleofonografía y los registros del período acústico. Es Locutor Nacional de Radio y TV, Profesor de Enseñanza Primaria y Bibliotecario Nacional.
Actualmente se desempeña como Maestro Bibliotecario. Es Profesor de las Cátedras de: “Historia del Libro y de las Bibliotecas”, “Psicología, Estética y Formación del Lector” y “Documentación” en la Escuela Nacional de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional.
Es autor del libro “Historias con Voz: Una Instantánea fonográfica de Buenos Ayres a principios del siglo XX”. Es miembro de Número de las Academias Porteña del Lunfardo y Nacional del Tango.
Comentarios
Publicar un comentario