Las 10 mayores bibliotecas de la Antigüedad

La necesidad de almacenar los escritos en reinos y santuarios dio origen a las bibliotecas. Ya en la Antigüedad la información era poder.

Recreación de la antigua biblioteca de Alejandría. (Dominio público)

La aparición de la escritura en distintas civilizaciones antiguas demandó pronto una forma de almacenar tablillas, papiros o pergaminos para su conservación, y también un sistema de registro que permitiese localizarlos rápidamente para su consulta. Esto último no es poca cosa, como saben cualquier bibliotecario actual y todos los analistas de big data.

La importancia de hallar un método de clasificación crecía a la par que incrementaba el número de los documentos escritos. No se trataba únicamente de recuperar con rapidez un texto para satisfacer la curiosidad de particulares por algún campo del saber. Como contaba el historiador Yuval Noah Harari en Sapiens. De animales a dioses (Debate, 2014), imaginen cómo resolver una disputa entre dos pretendidos dueños de un campo de trigo en Mari, que acuden en 1776 a. C. al archivo real en busca de la escritura de la propiedad.

¿Cómo encontrará el amanuense una escritura de hace treinta años, y cómo sabrá que el bien no ha cambiado de manos desde entonces? Por supuesto, el saber es poder. Las bibliotecas del mundo antiguo nacieron vinculadas a los centros del poder de la época, como archivos de un reino o imperio, o bien como depósitos de escrituras sagradas de templos. A menudo fueron de la mano de centros de enseñanza gubernamentales o religiosos.

Para siempre estarán perdidos títulos como la ‘Historia’ de Estrabón o la ‘Poética’ de Aristóteles

Con el tiempo, algunas copias quedarían al alcance de particulares adinerados, que fueron atesorando su propio capital bibliográfico. El gran enemigo de todos ellos serían las catástrofes naturales, las guerras e invasiones y el fuego, intencionado o accidental. Para siempre estarán perdidos títulos de los que nada sabemos, y otros que nos han llegado mencionados por terceros, como el Margites de Homero, la Historia de Estrabón o el famoso segundo libro de la Poética de Aristóteles, centrado en la comedia, que tanto juego dio a Umberto Eco en El nombre de la rosa.

Conocemos la existencia de numerosos archivos o centros del saber antiguos en todo el planeta: el de Ebla (Siria) o el del templo de Nippur (Irak), ambos del III milenio a. C.; los de Ugarit o Mari (Siria, II milenio a. C.); el impulsado por el budismo en Taxila (Pakistán, s. vi a. C.); el tutelado por la dinastía Qin (China, s. III a. C.); los de Kos y Rodas (Grecia, s. II d. C.); la biblioteca teológica de Cesarea Maritima (Israel, s. III)... Destacamos los diez de mayor envergadura o celebridad:

1. Archivo de Hattusa
Bogazköy (Turquía), 1900-1190 a. C.
Descubiertas sus ruinas en 1906, contiene la mayor colección conocida de textos hititas, con cerca de treinta mil tabletas con inscripciones en cuneiforme y clasificadas con un sistema admirablemente preciso. Una de ellas es el primer ejemplo conocido de tratado de paz internacional: detalla los términos de un acuerdo entre hititas y egipcios años después de la batalla de Kadesh.

2. Biblioteca real de Asurbanipal
Nínive (Irak), 668-627 a. C.
El centro lleva el nombre del último rey del Imperio neoasirio, un monarca orgulloso de su alta preparación intelectual. La biblioteca fue destruida, junto con la ciudad de Nínive, poco después de su muerte, tras la invasión de una alianza de antiguos pueblos vasallos. Los restos de la biblioteca se descubrieron en 1853, con múltiples fragmentos de tablillas, entre ellas, partes del Poema de Gilgamesh. Los textos administrativos fueron muy útiles para descifrar la escritura cuneiforme.

Busto del filósofo griego Aristóteles. (DEA / A. DAGLI ORTI / Getty)

3. La biblioteca de Aristóteles
Atenas (Grecia), s. IV a. C.
Con el famoso pensador griego, que fue tutor de Alejandro Magno y creador del Liceo de Atenas, encontramos ya un ejemplo de biblioteca particular, al menos la más antigua de estas características reflejada en los escritos. Se desconoce qué volúmenes contenía y en qué número. Algunas fuentes indican que pasaron a formar parte de la posterior biblioteca de Alejandría.

4. Biblioteca real de Alejandría
Egipto, c. 295 a. C.-¿s. III d. C.?
Fue el gran núcleo del conocimiento helenístico y una de las mayores bibliotecas de la Antigüedad. La fundó Ptolomeo I Sóter, uno de los generales de Alejandro Magno y sucesor suyo en Egipto. Se dijo que la biblioteca llegó a albergar unos cuatrocientos mil manuscritos y que el edificio del Serapeo sirvió como filial. Contaba con salas de conferencias, centros de reunión e incluso jardines. Su completa destrucción bajo el fuego tiene una gran fuerza dramática, pero es un mito: la biblioteca declinó paulatinamente, afectada por crisis políticas, varios incendios y, como mínimo, un terremoto.

5. Biblioteca real de Antioquía
Antakya (Turquía), 221 a. C.-363 d. C.
Fue un encargo del emperador seléucida Antíoco III el Grande a Euforión de Calcis, que además se convertiría en el bibliotecario jefe de esta biblioteca real. Abierta a los estudiosos, se convertiría en un centro capital, hasta que el emperador cristiano Joviano la ordenó quemar en el siglo IV. Parece que ni a paganos ni a cristianos les gustó esta medida.

La colina del castillo de la antigua Pérgamo en el que se encontraba la biblioteca. (Cassius Ahenobarbus / CC-BY-SA-2.0)

6. Biblioteca de Pérgamo
Bergama (Turquía), s. II a. C.
Los atálidas, que hicieron de Pérgamo un reino entre 282 y 133 a. C., copiaron la fórmula de Alejandría y se procuraron la segunda mejor biblioteca del mundo helenístico, con tal vez unos doscientos mil volúmenes. La escasez del papiro egipcio les llevó a inventar un sucedáneo a partir de piel de reses que se conocería como pergamino... En realidad, esto es otro mito: el pergamino ya existía antes del auge de Pérgamo.

Lo cierto es que la ciudad fue un importante productor, motivo por el cual acabó dando nombre al material. La biblioteca debió buena parte de sus fondos al esfuerzo de una mujer, Flavia Melitene, esposa de un concejal de la ciudad. El centro acabó abandonado tras la llegada de los romanos.

Restos de la Biblioteca de Celso, en Éfeso. (Benh LIEU SONG / CC-BY-SA-2.0)

7. Biblioteca de Celso
Éfeso (Selçuk, Turquía), ss.I-III d. C.
La tercera de las grandes bibliotecas del Mediterráneo antiguo, junto con Alejandría y Pérgamo. Este centro era, además, un mausoleo para Tiberio Julio Celso Polemeano, senador y cónsul romano y benefactor de la ciudad, enterrado en una cripta. La biblioteca contuvo 12.000 pergaminos. Fue destruida por un sismo (o quizá una invasión) en el siglo III, y la fachada se derrumbó por otro terremoto en el X o el XI. El frontispicio que podemos ver hoy es producto de una anastilosis: un ensamblaje pieza a pieza, hecho en los años setenta.

8. Villa de los Papiros
Ercolano (Italia), s. I d. C.
Este fue otro ejemplo de biblioteca particular, y la única que ha llegado íntegramente (o casi) a la actualidad. El nombre por el que conocemos esta mansión –tal vez perteneciente al suegro de Julio César, Lucio Calpurnio Pisón Cesonino– responde a su excepcional colección de papiros, más de mil ochocientos rollos... que acabaron carbonizados por la erupción del Vesubio en 79 d. C.

Los rollos, textos filosóficos griegos, han podido estudiarse parcialmente desde su descubrimiento en el siglo XVIII . En la actualidad se están aplicando técnicas no destructivas en un intento de recuperar la información.

Maqueta de la Biblioteca Ulpia, fundada en Roma por Trajano. (Cassius Ahenobarbus / CC-BY-SA-3.0)

9. Biblioteca Ulpia
Roma (Italia), ss. II-V d. C.
La fundó el emperador Trajano en 114 en el foro que lleva su nombre, y se convirtió en la más importante de Occidente tras la desaparición de la de Alejandría. De hecho, sería la única en sobrevivir hasta la caída del Imperio romano. Se estiman en unos diez mil los rollos almacenados en griego y latín. Era, paralelamente, el registro público de Roma, y contenía más de veinte mil rollos de información sobre la población de la capital.

10. Biblioteca imperial de Constantinopla
Estambul (Turquía), 337/361-1453
Creada por Constantino II, hijo del primer emperador cristiano de Roma, esta fue la última de las grandes bibliotecas de la Antigüedad. Pese a verse afectada por algunos incendios parciales e incursiones bélicas, logró preservar los saberes grecorromanos (incluidos algunos documentos procedentes de Alejandría) durante un milenio.

La conquista de Bizancio por el Imperio otomano supuso el fin de sus fondos, destruidos o perdidos para siempre. La única excepción es el Palimpsesto de Arquímedes, copia bizantina de un trabajo científico griego que se descubrió en el siglo XIX.

Fuente: La Vanguardia

Este artículo se publicó en el número 602 de la revista Historia y Vida. Noviembre 2019.

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