La cámara acorazada de la Biblioteca Nacional de España muestra sus tesoros

El Quijote y los códices de Leonardo da Vinci se encuentran en el espacio más secreto de la institución. Qué otros tesoros nos quedan por descubrir.


Solo cinco personas pueden abrir la cámara acorazada de la Biblioteca Nacional de España, en funcionamiento hace menos de quince años. (Juan Carlos Rojas)

La Biblioteca Nacional de España es un laberinto. Como el de Teseo. Y en su centro se encuentra, no un minotauro que encarna lo peor del ser humano, su irracionalidad, sus sombras; sino lo mejor de él, su luz, sus grandes obras, bien a recaudo en una cámara acorazada que protege unos sesenta documentos de los más de 35 millones que atesora este templo del saber, el museion español, creado su embrión en 1712 por Felipe V, y que cada día registra un promedio de mil nuevos libros.


Un lugar vetado

Es imposible llegar al corazón de la BNE sin un hilo de Ariadna, figura que ha encarnado Isabel Ruiz de Elvira, directora del Departamento de manuscritos, incunables y raros. De hecho, el acceso a la cámara acorazada está más que restringido y su ubicación es casi un secreto. Un lugar vetado al que La Vanguardia ha logrado asomarse apenas unos instantes. Solo una veintena de personas pueden llegar hasta su puerta y exclusivamente cinco poseen el código secreto para abrirla.

Pasillos y más pasillos, plantas intermedias, escaleras y ascensores. Perderse por el edificio neoclásico del paseo de Recoletos es lo más fácil. Y en el lugar más insospechado del laberinto se encuentra una puerta blindada metálica, austera, que pasa tan inadvertida como cualquier salida de emergencia de un gran edificio. Ruiz de Elvira teclea el código y abre el umbral. Y desde allí, sacando apenas la cabeza por motivos de seguridad, este medio ha podido observar el corazón del BNE, un pequeño habitáculo de 2x3 metros.

En su interior reposan ejemplares únicos de la literatura, como la primera edición de Don Quijote de la Mancha , el único manuscrito que se conserva del Cantar del mio Cid, el Beato de Liébana y también los Códices Madrid I-II de Leonardo da Vinci. De hecho estas cuatro obras eran las únicas que custodiaba la antigua caja fuerte de la institución. No fue hasta 2008 que se sustituyó por la moderna cámara acorazada que nada tiene que ver con las imágenes románticas de pesadas puertas antiguas movidas por manivelas inmensas.

Unas sencillas estanterías rodean las tres paredes del cuarto, donde reposan las obras más valiosas que atesora la BNE. Cada una, en su propia caja, elaborada según las medidas y necesidades de cada volumen. La temperatura ambiente se mantiene estable entre los 15 y 20 ºC mientras que la humedad oscila siempre entre el 45 y 50%. 

La BNE despierta estas joyas bibliográficas en contadas ocasiones, casi exclusivamente para exposiciones, como fue el caso del Cantar del mio Cid, que se mostró al público solo durante quince días hace dos años. “Se procura que no salgan nunca”, comenta Ruiz de Elvira mientras pasa las páginas del facsímil de las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar instalado sobre un cómodo cojín, como si se tratara del libro original, del siglo XIV, y que reproduce la versión escrita por Per Abbat en 1207 a partir del poema oral. “Como se puede apreciar en el facsímil, su estado es muy delicado”, detalla.

Para que la salud de estas sesenta obras no empeore, la institución extrae de los depósitos, en su lugar, precisos facsímiles para que los investigadores puedan estudiar estas obras, aunque lo más práctico sea acceder a ellas a través de las reproducciones digitales que la BNE ofrece en abierto en su web. “Se está haciendo una digitalización masiva desde 2008 y en estos momentos ya disponemos de 220.000 títulos digitalizados”, apunta.


Más medidas de seguridad antirrobo

Otro motivo de peso es la seguridad. “Desde 2007 no ha habido ningún robo”, explica la responsable de manuscritos e incunables. Ese año, se arrancaron dos mapamundis de la Cosmographia de Claudio Ptolomeo, otra de las obras capitales de la institución, de 1482. Como consecuencia, dimitió la directora, Rosa Regàs, y se instalaron nuevos sistemas de seguridad que siguen vigentes y cuya última actualización se realizó en enero de este año. “Ahora sería imposible que sucediera porque en las salas de consulta hay cámaras de seguridad que muestran a los investigadores con las obras prestadas”, explica. Los volúmenes y documentos también están sellados y llevan fijados sistemas anti hurto. Además, se realiza anualmente un recuento que permite, a la vez, identificar si alguna obra está mal catalogada.

Hace escasos meses salió a la luz pública la desaparición del libro de Galileo Galilei Sidereus nuncios (Mensajero de las estrellas), otro volumen de gran valor del catálogo de la BNE cuyo hurto se detectó en 2014 pero no se denunció hasta 2018. Ruiz de Elvira explica que el robo se produjo antes de la aplicación de los actuales protocolos de seguridad. Se da la curiosa circunstancia que el principal sospechoso sería la misma persona que sustrajo las hojas del volumen de Ptolomeo, César Gómez, un reconocido ladrón especializado en joyas bibliográficas.

El Ministerio de Cultura sigue investigando el caso, que incluye otros galileos desaparecidos, entre cinco y nueve, y está creando un grupo de trabajo que tiene como objetivo garantizar la conservación y seguridad del patrimonio en las bibliotecas públicas y al mismo tiempo elaborar un protocolo de actuaciones en materia de deontología profesional, seguridad y comunicación.

La directora de la BNE, Ana Santos Aramburo, por su parte, acaba de presentar un informe en el que detalla que se desconoce el paradero del 0,04% de los documentos del catálogo, “un bajo porcentaje” que atañe a 14.809 documentos, 54 de ellos considerados de gran importancia, cuyo valor superan los 5.000 euros. “Estas obras no se localizan desde los años ochenta y noventa, se ha seguido su rastro y una mayoría desaparecieron en un importante robo que se produjo en 1987”, detalla el documento.

Además de la cámara acorazada, cada departamento, como el de Bellas Artes y Cartografía, el de Archivos sonoros o el de Manuscritos, incunables y raros, cuenta con sus propios espacios de seguridad donde reposan las piezas más relevantes en condiciones similares a la cámara acorazada. La última en incorporarse al club de los más valiosos de la BNE ha sido el Atlas Portulano, un manuscrito de Battista Agnese del siglo XVI y valorado en unos dos millones de euros, recuperado a finales de julio por la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional. 

Incorporado a la colección gracias a una donación, la relevante pieza destaca, entre otros motivos, por “estar dedicada a Felipe II cuando era príncipe y porque aparece el descubrimiento de América y la primera vuelta al mundo”, indica Ruiz de Elvira. Custodiada en la más alta seguridad también está una obra mucho más reciente, el manuscrito de la novela Aleph que Jorge Luis Borges escribió en 1945, con tachaduras y correcciones.

Aunque el espacio de la cámara acorazada es reducido, todavía queda lugar en las estanterías para incorporar algunas decenas de volúmenes más. Y en esto están ahora los expertos de la BNE. La dificultad, como no, radica en la selección. Es lo que tiene atesorar tantas obras que forman parte del acervo universal.

La sala Cervantes de la BNE. (Juan Carlos Rojas)

El códice del 'Cantar de mío Cid' con su caja. (EP)

El facsímil del 'Quijote' que se presta a los investigadores. 

Consulta en la sala Cervantes. (Juan Carlos Rojas)

Recuperado un valioso Atlas Portulano del siglo XVI valorado en 2 millones de euros. (Biblioteca Nacional)


Fuente: La Vanguardia (Por: SÍLVIA COLOMÉ MADRID)



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