No son libreros, son anticuarios con tiempo para el diálogo, el consejo y la búsqueda de ejemplares únicos e irrepetibles.
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Primeras ediciones sorprendentes. Foto: Soledad Aznarez
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Papel de trapo, páginas de cuero, pergaminos, manuscritos, primeras ediciones, papel Japón, plaquettes (ediciones de pocos ejemplares efectuadas por encargo y numerados), libros intonsos (con páginas sin guillotinar), barbas, dedicatorias, firmas, encuadernaciones en cuero, cartas manuscritas, mapas de las primeras incursiones de los conquistadores de América y del mundo, fotografías de indígenas patagónicos, grabados en madera, libros ilustrados salidos casi de la imprenta de
Gutenberg. Ingresar en una librería anticuaria es una experiencia fantástica que debe ser vivida.
Es recomendable entrar sin preconceptos y dejarse llevar por la sapienza del librero que siempre tiene tiempo para la charla amena, muchas veces matizada hasta con un café.
No hay computadoras a la vista, ni código de barras ni
best sellers apilados a la espera de ser envueltos para un regalo. Hay una atmósfera distinta, serena, porque el tiempo no galopa a lo loco como en un shopping, sino que transcurre entre los anaqueles de cálida madera.
En los tiempos de la vertiginosa
Internet y del mercado de subastas
online, los
libreros anticuarios no dudan en la vigencia del papel. No sólo en el antiguo, aquel que fue impreso hace mucho más de 100 años, sino en el que vendrá. Desde la antigüedad, el dispositivo que se ha adaptado y sobrevivido a todas las innovaciones tecnológicas ha sido el papel. Justamente porque no requiere de otro dispositivo para su uso. Lo mismo sucede con los grabados, los mapas, las fotografías, los afiches políticos, de películas, de avisos publicitarios publicados en diarios.
¿Qué se puede encontrar en una recorrida por librerías anticuarias? Casi todo. Desde fotografías tomadas en 1890, desde el
Río de la Plata hacia el Puerto de Buenos Aires, que permiten saber cómo era la gran aldea hasta el primer ejemplar de
Fervor de Buenos Aires, con correcciones de
Jorge Luis Borges y grabados de Norah Borges. Encuadernado de manera más que elemental con ganchos de metal, en papel rústico, la obra fue mandada a imprimir por el
padre de Borges.
Muchos escritores y estadistas argentinos han pasado por algunas de estas librerías. Está intacto el sillón rojo de cuero, en el que
Jauretche se sentaba a charlar con
Fernández Blanco. Y
Miguel Avila destaca que por la ex librería del Colegio pasaron presidentes como
Sarmiento, Carlos Pellegrini y
Arturo Frondizi.
Se puede conocer la letra manuscrita de muchos autores, sus viajes por el mundo a través de postales y creer escuchar la gran humorada de
Adolfo Bioy Casares a Borges:
"Hemos firmado tantos libros que cuando no estemos más se van a valorizar mucho aquellos ejemplares que no estén firmados por nosotros".
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Inhallables y cursioso libros escolares. Foto: Soledad Aznarez
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La metamorfosis, de Ovidio, de 1590. Foto: Soledad Aznarez
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Cortázar, Borges, Girondo y M. Lainez. Foto: Soledad Aznarez
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El Faro del Fin del Mundo. En Libertad 1240 local 20, en un pasaje casi intacto de 1887, hay un mundo de mapas antiguos, grabados, afiches, fotografías,. Foto: Soledad Aznarez
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La Librería de Avila. En Alsina 500, desde 1785 está abierta la conocida ex Librería del Colegio. Foto: Soledad Aznarez
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Librería Alberto Casares. En Suipacha 521, Jorge Luis Borges pasó su última tarde en la Argentina. Foto: Soledad Aznarez
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Helena de Buenos Aires. Dedicada a criollismo, gauchesca y viajeros del siglo XIX, en Esmeralda 882. Foto: Soledad Aznarez
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Fernández Blanco. Desde 1939 funciona en Tucumán 712, mantiene su estructura original. Foto: Soledad Aznarez
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Véase además:
Fuente:
La Nación
Que librerías tan preciosas. Nunca he tenido la oportunidad de visitar una, de hecho ni siquiera me lo había planteado. Pero después de leerte y de ver esas imágenes me han entrado muchas ganas.
ResponderEliminarSaludos!