Frederick Wiseman: "Una biblioteca es un arma política"

El documentalista imparte un seminario en la Escuela de Cine de Madrid y la Filmoteca Española ofrece una retrospectiva de su obra.

Frederick Wiseman en la pasada edición de la Mostra de Venecia donde recibió el León de Oro de honor.

Frederick Wiseman es hijo de una familia de emigrantes de origen judío. Cuando apenas tenía cuatro años, cuenta, un niño le preguntó por qué había matado a Cristo. Quizá fuera esa su primera experiencia a vueltas con la discriminación, la ceguera de los prejuicios o simplemente la injusticia. Él, en cualquier caso, se niega a ver en éste o en cualquier otro accidente de su biografía algo así como una señal del destino. ¿Qué por qué hace el cine que hace? «Simplemente me siento afortunado por haber encontrado una actividad en la vida que me satisface», comenta recostado en un sofá de la Escuela de Cine de Madrid. Estos días imparte un seminario a la vez que la Filmoteca Española recupera algunas de sus obras más tempranas. Wiseman nació en Boston en 1930. Estudió Derecho. Se cansó de los «aburridos y mal escritos textos jurídicos». Viajó a París. Cayó en sus manos una cámara súper 8... y hasta hoy. Sin dramatismos.

Como su propio cine, su conversación, brillante y pausada, huye de los giros trágicos. Importa tanto el sonido de las declaraciones como el silencio que las separa; lo que se ve y lo que se muestra. En los últimos 50 años ha dirigido 43 películas. Algunas de ellas de seis horas de duración. Él es director, productor, montador, responsable del sonido y paciente estratega. Sus trabajos son concienzudos y coloristas retratos de las instituciones estadounidenses en un sentido muy amplio. Su foco de interés va desde las prisiones para enfermos mentales a un instituto de enseñanza media pasando por una biblioteca pública, el zoo de Miami, una planta procesadora de carne o un gran almacén en Texas. Eso y la National Gallery de Londres, un gimnasio de boxeo, el Ballet de la Ópera de París...

«No sabría decir por qué me interesa ver cómo funcionan los grandes organismos. Lo que sí tengo claro es que pronto me di cuenta de que muchos de los argumentos de los que me he ocupado no se habían filmado antes por la sencilla razón de que no existían los medios técnicos para hacerlo. La tecnología hizo posible rodar con un equipo mínimo con el sonido sincronizado. Eso abrió un mundo completamente nuevo», relata tranquilo mientras huye como de la peste de ninguna frase que incluya los términos compromiso político, labor social o denuncia de lo injusto. Wiseman hace las cosas porque no le queda más remedio.

Una imagen de 'Titicut Follies', la primera película de Frederick Wiseman.

Su primera película y sobre la que se centrará buena parte del curso que imparte en Madrid es ya leyenda. Cuando rodó Titicut Follies tenía 37 años. En una visita que realizó a la prisión psiquiátrica de Massachusetts Bridgewater State Hospital dio con el argumento que marcaría el resto de su carrera. Ahí, entre la más brutal de las realidades, fraguaría esa manera de filmar tan vaciada de manierismos y acentos que se diría muy cerca de la total ausencia de estilo. El suyo es un no-estilo vocacionalmente crudo siempre volcado en construir un relato con cada una de las piezas descarnadas que componen eso que el tiempo ha dado en llamar realidad. Y aquí se detiene. «¿Qué es la realidad?», se pregunta entre irónico y ligeramente desafiante. «La realidad es un concepto demasiado vasto y complejo. Lo que intentas es simplificar de alguna manera su complejidad pero sin someterla a una reducción que la convierta en algo unidimensional. Cualquier documental es por fuerza una ficción, porque al contar ya estás fabulando. Siempre hay una selección de imágenes, de sonidos... Dejas una hora y media de grabación en siete minutos y eso ya es una lectura determinada de la realidad. Me molesta que se describa a mi cine como observacional, porque observar no es una actividad inocente y, mucho menos, pasiva. La realidad, en verdad, la creas al contarla y nunca es neutral», dice a modo de declaración de principios. Y le creemos.

Titicut Follies, a fuerza de real, fue prohibida. La censura se cebó en ella y sólo se permitió su exhibición completa y pública en 1991. La realidad, a veces, ofende. Por supuesto, después de la película nada volvió a ser igual. El centro se reformó y Wiseman dio con la mejor manera de ser Wiseman durante el siguiente medio siglo al menos.

- ¿Descarta de su obra entonces una motivación política o social?

- Es imposible hacer nada sin que tenga por fuerza una consecuencia política. Cuando rodé Monrovia (Indiana), que narra la vida de un pueblo en el medio Oeste, se leyó como una explicación al ascenso de Trump. Pero allí nadie habla de política. Se habla de granjas, de deporte y de religión. Pero claro, ¿qué hay más político que un hombre?

Mucho ha tardado en aparecer el nombre del actual presidente de Estados Unidos. «Sí, es muy difícil hablar de nada sin que salga a relucir ese narcisista idiota. No somos del todo conscientes de lo peligroso que es un tipo que lo único que hace es minar las instituciones democráticas como nunca antes», comenta. Uno de sus últimas películas, Ex Libris: The New York Public Library, se diría que es el reverso fidedigno de su última declaración. «Acabé de montar la cinta tres días antes de la elección de Trump. Y fue él el que convirtió una película que sólo se ocupa de cómo funciona una biblioteca en un manifiesto político.Ex libris habla de justo lo contrario de lo que representa ese hombre: educación abierta, ayuda a los inmigrantes, investigación, ciencia... Sí, una simple biblioteca puede ser un arma política». Sin dramatismos.

Fuente: El Mundo

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